“Algunas personas escuchan sus propias voces internas con gran claridad. Y viven de lo que oyen. Estas personas se vuelven locas o se convierten en… Leyenda”.
En el mundo editorial existe un tipo de literatura, la novela de aeropuerto. Suelen ser obras extensas, escritas con una prosa ágil y de fácil lectura. La trama no pasa de ser una historia emocionante y ayuda una estructuración bien cuidada. El objetivo de estas novelas es la de entretener, pues tiene la dura competencia de la película que emiten en el avión. En el mundo cinematográfico el principal representante de esa “literatura de aeropuerto” sería Edward Zwick.
La película comienza con una narración portentosa de One Stab (Gordon Tootoosis), el indio, amigo del coronel, que habla con la misma profundidad que otros muchos indios en las películas, como si modelasen su estilo vocal en el famoso Jefe Dan George. Pronto nos sitúa en el escenario y sus personajes. El coronel Ludlow (Anthony Hopkins), disgustado por el trato que la caballería de los Estados Unidos hizo a los indios, decide crear su propio paraíso en Montana. Allí vive junto a sus tres hijos Alfred (Aidan Quinn), el mayor y más responsable; Tristan (Brad Pitt), el hijo mediano, cuya idea del entretenimiento es despertar a los osos hibernantes y arrancarles sus corazones aún latiendo; y Samuel (Henry Thomas), el benjamín. Pero a ese rancho, llegarán dos cosas para revolucionar aquel particular Edén: una joven hermosa del Este, prometida de Samuel (Susannah, Julia Ormond) y la Primera Guerra Mundial.

Una música magistral.
Zwick había colaborado con James Horner en “Glory”, apostando por el hecho de que la música apasionada e inspiradora sea fundamental para elevar la narrativa de una película. De esta forma, el gran Horner compuso una de las piezas más románticas de su carrera. La construcción de la partitura incorporaría leitmotifs, pero no en el sentido tradicional. Dentro de este aspecto, se podría destacar el tema que une a un personaje (Tristan), mientras que el resto muestran diferentes dinámicas emocionales que operan en la narrativa de la película.
Un ejemplo perfecto sería el prólogo en lo que Horner presenta cuatro de sus temas, capturando con estos la narrativa de la historia. Mientras se muestra el título de la película, escuchamos a One Stab y suena la trompeta solista del tema central. La narración de One Stab cambia al inglés al ver un río brillante a través del follaje dorado otoñal. A las 0:35 vemos a un joven Tristán corriendo por el bosque mientras una puñalada describe su difícil nacimiento. La flauta Shakuhachi y otros instrumentos, introducen el terma personal de Tristán, que conducirá todo el progreso de su personaje. A la 1:36 se suceden una serie de imágenes, junto al Tema de la Muerte, en donde asistimos al angustiado coronel William Ludlow, abandonando el ejército, incapaz de formar parte de su brutal inhumanidad. Mientras sus carromatos llevan a su esposa e hijos, va tomando forma la casa en el aislado paraje de Montana. Una espléndida exposición del tema central, nos acerca al rancho y a las imponentes montañas de Teton. Vemos a los jóvenes jugando y cazando cuando Horner nos adorna con el suntuoso lirismo de esta pieza. A las 3:00, los instrumentos de viento y madera nos muestran cómo Isabel Ludlow se despide, pues no está dispuesta a soportar el aislamiento y otro terrible invierno. Mientras a los chicos observando en silencio su partida para que regrese el tema central a los 3:20, lleno de dolor, sostenido en un cambio de escena que nos muestra a One Stab pintando el rostro de Tristan, como parte de la cultura india. A las 4:18 termina este prólogo. En la película vemos a un joven Tristan visitar la guarida de un oso para despertarle. Las imágenes son acompañadas por su tema, de la flauta shakuhachi.
Esta es de esa clase de historias que, por sí solo, suplican ser filmadas y, al papel, el proyecto parecía envidiable. Así que después de probar suerte con la comedia, Edward Zwick decidió dar un giro y filmar un drama histórico épico, que mostrase el talento de la estrella emergente Brad Pitt. Para ese propósito, encontró el material perfecto en la novela corta de Jim Harrison: “Leyenda de otoño” que su productora, Bedford Falls, terminó comprando sus derechos. Pero a pesar del envidiable material de partida algo falla en ella y no es que la película sea mala. El guión hace que “Gigante” –esa trama de telenovela, de gran producción- nos resulte sutil.
Zwick no es un “director de raza”. Se queda en un correcto artesano que, desde luego, conoce su oficio. Evidentemente, los hay que peores que él y tampoco sería justo decir que sus películas sean “malas”, pero tanto “Glory” (1989), “El último samurái” (2003) o “Diamantes de sangre” (2006), son películas que te dejan un sabor agridulce.
La película no oculta en ningún momento su condición de maravilloso espejismo: cuenta con una ambiciosa producción, una cierta belleza, es ciertamente emocionante y tiene una estructura muy cuidada; pero quien no esté rendido al poderío estelar de Brad Pitt, no encontrará muchos alicientes (bueno, la magistral música) en este blockbuster épico que parece soñarse a sí mismo en forma de saga épica del Hollywood dorado, aunque por todas partes se perciba como una novela de aeropuerto más. Encontramos una irritante voz en off, diálogos afectados y alguna que otra sobreactuación.