No lo tengo muy claro a qué se debe, pero independientemente de su calidad, todo los intentos más o menos comerciales que alcanzo a recordar han quedado empañados por la realidad de la sala vacía. Las dos últimas de Spielberg estaban vacías; las siete de las diez películas nominadas a los Oscars de este año, vacías. Pero llega esta, una de esas españoladas que en otros tiempos la habrían firmado Pajares y Esteso, y me encajo en un extremo apartado de una sala a reventar. Y con una película pequeña sin más pretensiones que la de divertir y hacer reír al espectador, aunque el tema nos resulte demasiado serio. Habría que ser un ratón de biblioteca, y uno bien raro, para que este cronista recuerde la última película con la sala hasta la bandera de gente. Y esto es mérito de sus protagonistas, no lo olvidamos, que se merecerían una crítica propia. Porque la película cojea, permítanme decirlo: todas las posibilidades del guión quedan deslucidas. Pero demuestra que las campañas de marketing funcionan y a veces muy bien o que el espectador español medio lo que quiere es reírse en el cine y santas Pascuas (¿El lector se ha olvidado ya aquel fenómeno sin explicación de “Ochos apellidos vascos”?).
Mari(dos) se podría englobar en un conjunto de películas, la de las buddy movies de opuestos, con sabor cañí (genial, el sevillano Paco León haciendo de catalán y enorme la vis cómica de Ernesto Alterio). Eso sí, es difícil no pensar en Hollywood, sobre todo en el tono de western y el cine ochentero de John Hudges (Mejor solo que mal acompañado). Un subgénero bastante desatendido en la comedia española, aunque no en el drama (recuerden la maravillosa “Truman” de Cesc Gay).

Los “comaridos” y las relaciones tóxicas.
Sobre la película he leído en una crítica que ésta ha intentado hacer humor de lo que recientemente se llama “masculinidad tóxica” y, aunque sea así, la verdadera relación tóxica que este cronista destaca en ella viene del personaje femenino. Recordemos el argumento (a riesgo de hacer spoiler): Toni y Emilio reciben la misma llamada trágica: su esposa se encuentra en coma después de un alud en una estación de esquí. Pero cuando llegan al mostrador de admisiones del hospital, hacen un descubrimiento sorprendente: sus mujeres son la misma persona. Están casados con la misma mujer. Desde entonces, se explota las situaciones de extremos de ambos personajes, ambos situados en el espectro contrario, y eso por fortuna para el espectador es lo mejor de la película. Una relación de amistad que intenta dar una apariencia de ir a más, aunque esa tensión sexual no resuelta queda al final a medio gas. Porque el resto es un confuso cóctel de personajes y situaciones, que van y vienen por la pantalla. El médico del hospital (Raúl Cimas) que desconoce por completo su profesión, acompañado de un grupo de alumnos con más talento que él; los quitanieves holgazanes y macarrillas; el marido de otra de las víctimas del accidente, llamada igual que la esposa de los protagonistas; etc…
La película sitúa los límites del humor en la propia corrección política demostrando que en gran parte del cine español hay mejor ojo para la producción que para el verdadero talento. Con esa pareja de guionistas (Pablo Alén Breixo Corral) que repiten esquemas (y errores) de su anterior trabajo “Tres bodas de más”. Sobre todo lo vemos en el fallido intento de dar a la historia una connotación episódica, llenando la pantalla de personajes sin interés que pasan de una escena a otra como espectros desorientados, atrapados en el propio libreto.
A parte de los protagonistas, ninguno de los personajes tiene un verdadero recorrido. ¿Ninguno? Absolutamente ninguno. Su casting regala un plantel de secundarios que ofrecen diferentes momentos cómicos, aunque dicho sea de paso, un humor más pretendido que real. Porque más allá de los protagonistas, los secundarios, encabezados por Raúl Cimas, no aportan lo suficiente como para evitar centrarnos en las endebles bases del carácter episódico de su guión, uno en donde cuesta demasiado arrancar la risa.
¿Y el final? Un batiburrillo de ideas resueltas a hachazos como si de un tren a punto de descarrilar se tratase. Todo muy a prisa y sin sentido.
