Tar: ¡Música maestro!

Mientras  la visionaba, no podía dejar de pensar en lo que soltó la buena de Lucrecia Martel –a la postre, presidenta del Festival de Venecia en donde se estrenó la última película de Polanski- cuando le preguntaron por el cineasta polaco: “No separo el hombre del arte”. Eso mismo es lo que Todd Field pensaría  para su tercer trabajo como director. El film, también estrenado en el veneciano decorado del Lido, es un elegante, pero descomunal y delirante psicodrama sobre el ascenso y caída de una directora de orquesta –Lydia Tar- de metraje  extenso (158 minutos), con un abuso del diálogo y de su personaje principal  y un recurso de la elipsis a la hora de contarnos las partes más turbias del relato. Una película, dicho sea de paso, que me hizo  consultar el reloj en la oscuridad de la sala más de una vez y a recurrir a los besos de mi acompañante, teniendo en cuenta que estábamos  en la última sesión del domingo y en una sala prácticamente vacía. Lo mejor, la interpretación de Cate Blanchett que atraviesa el corazón de la película armada de la batuta de director de orquesta y la opción poco usual de contarnos la película.

En los primeros instantes nos muestran pequeños detalles: vinilos de Deustche Gramophon esparcidos por el suelo o a Cate Blanchett preparándose para un evento. Pero el  cineasta opta por una introducción poco convencional para sellar el destino de su protagonista desde el principio: parte en dos unos créditos inversos (aquellos que se acostumbran a situar al final pero se colocan al comienzo) a través de dos imágenes de una mujer: una mujer que duerme en un avión y el primer plano de esa misma mujer subiendo a un escenario. De esta forma nos sitúa en una entrevista entre el personaje principal y un periodista del New Yorker, que pasa de leer una larga introducción biográfica de Tar a asistir a toda una masterclass de música clásica. Las primeras escenas nos muestran al personaje como una empedernida sabelotodo, autosatisfecha de sí misma, capaz al mismo tiempo de poner en su lugar a un alumno que odia a Bach por considerarlo “un heteropatriarcal misógino que componía música religiosa”. Lo cierto es que estamos ante una antigua protegida de Leonard Berstein que lo había logrado todo en el música clásica, a punto de dirigir la famosa Quinta de Mahler para la gran Filarmónica de Berlín-lo que en la realidad nunca sucedió pues ninguna mujer estuvo al frente de aquella institución musical-. 

Sonata y fuga de Cate Blanchett.

Existe un mundo femenino a su alrededor, habitual en el cine de Todd Field: Lydia Tar es una mujer lesbiana casada con la primera violín de su orquesta, con quien comparte una hija adoptada. Al mismo tiempo, nos sitúa la rutina diaria  con su asistenta y una precoz violonchelista que aspira a ocupar un lugar de honor.

Detrás de las cámaras encontramos a Todd Field. Alguien con una pequeña carrera como actor (lo más recordado sería el pianista en Eyes wide shut) mientras que como director cuenta con tres películas a lo largo de veinte años. Tres desasosegantes relatos  con mujeres como protagonistas, desde la pérdida de un hijo a través de la paternidad (En el dormitorio), el tema de infidelidad y pedofilia (Juegos secretos) y la cultura de la cancelación, con la música clásica como telón de fondo. La cultura de la cancelación consiste en retirar el apoyo tanto mediático, financiero como social a toda aquella personalidad pública que haya vertido alguna opinión polémica y sobre todo se haya significado en el turbio mundo de los abusos sexuales, siendo el caso Weinstein el más paradigmático. Lo fácil para Field habría sido mostrarnos a un depredador al estilo de Weinstein como, por ejemplo, hace “El asistente” –aún sin estrenar-, pero viendo sus anteriores trabajos, su cine no tiene caminos fáciles. En el caso de “Tar” (Todd Field, 2022)  parece querer llamar la atención en un momento en el que aún colea el maremágnum del MeToo, aunque no lo presenta como una agresora sino como alguien que aprovecha su posición de poder para decidir quienes ocupan algún puesto privilegiado. Dejando para el final una broma muy amarga, cuando la película nos traslada de la idílica Filarmónica de Berlín a una ciudad cualquiera del sudeste asiático para  dirigir música de videojuegos o de anime para una convención llena de cosplayers.

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