Ha fallecido a quien se le atribuye eso de que un “travelling es una cuestión moral” –lo que realmente dijo es que la “cuestión moral es el montaje”- o “que el cine es verdad a 24 fotogramas por segundo” y cuya vida, de alguna manera, llegó a ser sinónimo de lo que fue su profesión: Jean Luc Godard.
Nacido en París el 3 de diciembre de 1930, fue en su etapa de universitario de la Sorbona (en la que estudiaba Etnología) cuando se le despertó el interés por la crítica cinematográfica, escribiendo en algunas publicaciones tan prestigiosas como “Cahiers du cinema”, usando el seudónimo de Hans Lucas. Es imposible referirse a “Cahiers” sin citar a Andrè Bazin y al movimiento de la Nouvelle Vague en el que coincidieron nombres tan famosos como Claude Chabrol, Eric Rohmer y sobre todo François Truffaut, quien por cierto, escribió la idea de la primera película de Godard “Al final de la escapada”, piedra angular de “la nueva ola”.
El cineasta sería el más emblemático de ese movimiento, también el más solitario.
Ese inconformista burgués amante del cine americano clásico, aunque a contracorriente, tenía 29 años cuando en 1960 se plantó en las calles de París con una cámara al hombro para hacer su ópera prima. Su estilo tan revolucionario causó conmoción entre los más conservadores pero se gestó una leyenda. Entender su cine es algo más complicado que sentarse a visionar una película convencional, como las que solemos consumir procedente de Hollywood todos los días.
Godard: Una guía para principiantes.
“Una historia debe tener un comienzo, un desarrollo y un final, pero no necesariamente por ese orden”.
Sería para el cine lo que Joyce representó a la novela, Picasso para la pintura o Beckett, para el teatro: un pionero cuyo trabajo no es del gusto de muchos espectadores pero con tal influencia que gran parte del cine mayoritario sería imposible sin él, por ejemplo Quentin Tarantino. No estamos ante películas que sigan una narrativa de Hollywood y casi siempre requieren de un poco de reflexión, llenas de referencias políticas, musicales, literarias o cinematográficas y de personajes que aparecen y desaparecen de la pantalla opinando en voz alta sobre el Tercer Mundo, Bach o el cine.
Cineasta socialista, videoensayista, deconstructor del cine sirviéndose de las mismas herramientas del cine,… nos faltarían calificativos para etiquetar una producción tan inclasificable como trascendental. En sus trabajos es habitual encontrarse con elementos que los cineastas y críticos suelen considerar como “errores” como los jump cuts o sus personajes rompen la cuarta pared o se construyen a base de retales de otras películas. ¿Y cómo clasificarlas? ¿Documentales de ficción, películas de ensayo? El cambio se produjo con “A bout de Souffle” que por estas latitudes fue conocida la citada “Al final de la escapada”. Al papel no era más que un cine negro con un delincuente de poca monta como protagonista (Jean Paul Belmondo), junto a su novia americana (Jean Seberg). La revolución era en el estilo, sirviéndose de los “errores” del cine convencional, a base de improvisaciones (sin usar un guión) e incluso doblando los diálogos en el montaje.

Sus primeras películas (y las más accesibles).
“Banda aparte” (1963) fue uno de sus trabajos más accesibles y que ha calado en la memoria de todo buen cinéfilo, en parte gracias a los homenajes que le han brindado a lo largo y ancho del celuloide. La hemos visto desde “Los soñadores” de Bertolucci a Tarantino, cuya productora se llama –no por casualidad- “A Band Apart Films”. Pero mi favorita con la esposa de Godard y musa del cine francés de los sesenta, Anna Karina, era “Vivir su vida” (1962). Nadie ha llorado en un cine mejor que ella mientras visionaba “La pasión de Juana de Arco”.
¿Se imaginan una película sobre La Odisea rodada en Cinecittà con Fritz Lang como director, un productor americano, guionista francés y una actriz que frecuentemente se desnuda, sirviendo como espejo de su propio matrimonio? Esa fue la idea de “El desprecio” (1963) filmada en formato panorámico y con un gran interés en el color (el rojo), llena de planos alargados y complejos.

Si “Al final de la escapada” supuso el punto inicial de la Nouvelle Vague, “Pierrot el loco” (1965) sería el final del movimiento. Pasamos de la ciudad a la costa, del blanco y negro al color, y de Jean Seberg a Anna Karina, mientras que en ambos casos, está Jean Paul Belmondó. Y si huele a despedida es que lo fue realmente, rompiéndose el matrimonio entre Godard y Karina que sin embargo, siguió trabajando a sus órdenes unas cuantas veces más.
Después vinieron muchas, muchas más películas pero esas serán otra historia.
