Centauros del desierto. “Bienvenido a casa, Ethan”.

Análisis de la primera escena de “The Seachers” (John Ford).

Basada en la novela de Alan LeMay fue uno de los diez guiones que escribió para Ford, Frank Nugent, antiguo crítico de cine y yerno del cineasta. Se rodó en los últimos días del western clásico cuando los indios dejaron de ser encasillados como salvajes, con los primeros westerns revisionistas en los que incluimos el último título de Ford “El otoño de los Cheyennes” (1964). El argumento es bien conocido: la búsqueda incesante y obsesiva de una niña secuestrada por los indios, que dará pie al que es considerado como el mejor western de todos los tiempos. La verdad es que es uno de los films más influyentes, desde Martin Scorsese a Steven Spielberg o Wim Wenders.

El film se rodó entre el 27 de junio y el 25 de agosto de 1955, empleándose como escenario principal el famoso Monument Valley. Entre dos colinas de este valle –conocidas con el nombre de Mitchell y Gray Wickers- se construyó la casa de los Edwards.

Después del rótulo que nos indica el lugar y el año de la historia: Texas en 1868, se abre la puerta de una casa y aparece una mujer Martha Edwards (Dorothy Jordan). Su figura aparece recortada en el encuadre de la puerta de la misma forma que el protagonista al final de la película.

Entonces, Martha ve algo en la lejanía y sale al porche expectante, aferrándose a un poste.  Se trata de un jinete en la lejanía, acercándose. Su esposo, Aarón (Walter Coy) sale a fuera y pregunta: “¿Ethan?”. Ella no puede responder a causa de la ansiedad. Sus hijas, Lucy y Debbie, y su hijo, Ben, salen también al porche. Lucy le anuncia a Ben: “Es tu tío Ethan”. 

Ethan saluda a Aaron antes de detenerse ante Martha, a quien le dedica un tierno beso en la frente.

Uno de los más sutiles romances del séptimo arte.

Martha es la motivación de Ethan, lo que explica que sea ella quien sea la primera imagen en aparecer y la que abre la puerta como si diese la bienvenida a su cuñado. Pero Aarón se le adelanta al saludarle y Ethan está un poco sorprendido por la mano que va estrecharle de su hermano. A quién quiere saludar es a Martha. Se quita el sombrero, ella dice esa frase: “bienvenido a casa” y él le responde con un beso, con un gran significado para ella, cuando cierra los ojos  y da un paso atrás.

Se trata de un romance, a todas luces, pero de forma tan sutil que pasa desapercibido. De hecho, no hay diálogo alguno ni siquiera un acto explícito. Lo vemos, por ejemplo, en el hecho de que Martha será el objeto de la mirada de Ethan desde entonces. Un instante es revelador en este sentido. Su hermano Aarón le pregunta si estuvo en California. Ethan le responde: “No he estado en California ni pretendo ir”, y lo dice sin perder en ningún momento el contacto visual con Matha.

Una música con resonancias épicas.

Ford siempre incluía alguna melodía folklórica en sus films. Solían ser baladas sobre la tierra, el hogar, el amor perdido o la familia y el proceso de creación musical solía ser el mismo. Su hija Bárbara, que era montadora y estaba casada con un cantante folk, solía buscar en los mercadillos todo tipo de música afín con la historia que fuese a rodar su padre. Esas canciones servirían de inspiración para los compositores (en este caso, el gran Max Steiner), funcionando de líneas maestras para la narrativa musical de la película. Esto es lo que sucede con la balada de Lorena, melodía que se escribió antes de la Guerra Civil pero que fue tan popular que sirvió como marcha para ambos bandos. Ford lo emplea  como imagen lírica del hogar, siendo el tema con el que se inicia la película cuando Martha abre la puerta de su casa y ve llegar a lo lejos a un jinete que pronto identifica con Ethan.

Estamos ante el tema musical titulado “The prodigal returns” y como suele ser habitual en la música cinematográfica de las películas de Ford, entreteje varios de sus temas en una sola pieza. A parte de la balada “Lorena”, se puede escuchar también unos segundos de un icónico himno confederado “The Bonnie Blue Flag” cuando el personaje de Ethan se acerca a caballo, oyéndose sin la bravuconería que suele acompañar este tema sino con un sentido nostálgico y derrotista. Ethan es una figura triste, defensor de causas perdidas –la confederación y el amor de Martha, la esposa de su hermano-, y condenado a vagar en soledad por el desierto.

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