El hombre detrás de esta película era aquel cineasta que se presentaba de forma humilde: “Mi nombre es John Ford y hago westerns”. Durante mucho tiempo el cine del Oeste era un género menor y la crítica cinematográfica no siempre le tuvo en buena estima. De hecho tuvo una valoración en paralelo a Clint Eastwood a quien también le tachaban de “fascistas”, los mismos que vieron el genio tras “Bird” en el caso de Eastwood y “El hombre que mató a Liberty Wallance” en el de Ford. Incluso hubo un tiempo en el que se consideraba ¡Qué verde era mi valle!, y no Ciudadano Kane, la mejor película jamás realizada por Hollywood y John Ford fue uno de los pocos cineastas que ganaron 4 premios Oscars a la Mejor Dirección. “Misión de audaces” o “The Horses soldiers” es su única contribución a la Guerra Civil Americana –junto con su segmento en la “La conquista del Oeste«- cuando muchas de sus películas suelen estar ambientada en años posteriores a aquel conflicto (por ejemplo, “Centauros del desierto”), y de alguna manera, Misión de audaces podría ser una extensión del universo fordiano presentado en la “Trilogía de la caballería”.
Es verdad que se aleja de los quehaceres castrenses con una visión romántica y costumbrista, pero estamos ante una nueva “hazaña bélica” de la caballería estadounidense. La “audaz misión” del título en español consiste en la voladura de una línea de ferrocarril, mira por dónde por un antiguo ferroviario en la vida civil, el coronel John Marlowe (John Wayne), que desea una incursión limpia y fácil con la menor baja posibles. Pero todo se complica con el nombramiento del comandante Kendall (William Holden) como el médico de la brigada, y sobre todo cuando la compañía va a descansar en una hacienda dirigida por Hanna (Constance Towers) y deciden llevarse a la dueña como rehén.
Pero los personajes están muy por encima de la historia –de hecho, la resolución quedará fuera de campo- como suele suceder en las películas de Ford y a pesar del carácter coral, uno de los puntos fuertes sería la confrontación entre sus dos protagonistas.
Fíjense en esta imagen, aquí está la clave.

Vemos a un grupo de hombres con el uniforme de la caballería nordista trazando planes en torno a una mesa. A los dos personajes principales podemos distinguirlos por sutiles diferencias: John Wayne luce un pañuelo rojo mientras que William Holden, una bata blanca y limpia. De esta forma, el cineasta –y el diseñador de vestuario, Frank Beetson- traza las diferencias partiendo de sus profesiones: uno, soldado y otro médico. Perteneciendo al mismo bando y defendiendo la misma causa, si sitúan en los extremos para sugerir que ambos personajes tienen, sin embargo, enfoques distintos. De hecho, ambas posturas suelen representar la división ideológica en el cine de John Ford (pensemos en “Fort Apache”) en donde uno de ellos personificaría lo nuevo y el otro, lo viejo.
Pero como historia itinerante, “Misión de audaces” ilustra el viaje como metáfora del mundo en transformación. Lo mismo sucede con “Las uvas de la ira”, en donde la familia protagonista marcha de pueblo en pueblo buscando trabajo para terminar encontrándose, desde el coche de los Joad, a la gente como fantasmas golpeados por la Depresión. Como también hay parte de la nostalgia de “El hombre tranquilo”, esos mundos que solo existen en la memoria de unos personajes que deben enfrentarse a la violenta realidad del aquí y ahora.


En este sentido, el río que aparece como telón de fondo en algunas escenas marca mucho más que un simple paisaje o una sombra que se expande por una ventana. Sería la división tanto moral como geográfica entre el Norte y el Sur.
Una emoción por la Confederación: desde el ejército de los niños al sinsentido de la guerra.
Es evidente que Ford tiene una gran simpatía por el ejército, tanto de un bando como de otro. Para frenar a la caballería de Marlowe se reúnen a los cadetes de una Academia Militar, dirigidos por un reverendo, un anciano que debe caminar con bastón. Un inserto extraño, en un capítulo de la película lleno de planos generales, nos muestra a dos niños que padecen paperas y deben quedar excluidos del combate, mientras que la madre de uno de ellos, ruega al reverendo por su hijo. Un tamboril abandona la línea y la madre se ocupa de arrastrarlo a su casa, mientras que él queda con la esperanza de volver al lado de sus compañeros.


El tamboril logra su objetivo de llegar a la batalla, con un golpe de tambor rodando cuesta abajo. Se alinean para el combate –lo que se presenta como una muerte segura para ellos- pero los soldados de la caballería se niegan a disparar sobre los muchachos. Al final, el tamboril es capturado por un soldado de la Unión y Kendall aconseja que le azoten como reprimenda. Ford no hace otra cosa que presentarlos como otra víctima más de la guerra de los mayores.
También hay un detalle en la criada negra Luckie (Althea Gibson) que sale de la plantación con la idea de rescatar a Hanna, su ama, de las garras de los yankees, pero son los propios soldados confederados quienes la abaten cuando disparan al tren donde viajan los nordistas. Al final sobreviven los cadetes sudistas pero no los “adultos”, en la carga suicida por parte del ejército confederado que lamentará el personaje de Wayne: “Yo no quería esto, he tratado de evitar la lucha”. “Por eso elegí la medicina”, le responde Holden.