La huella. Un thriller psicológico a dos voces.

En 1972 aparecieron películas como El Padrino; Aguirre, la cólera de Dios; El último tango en París o el mediometraje de Antonio Mercero La cabina. Pero también este año se celebra el cincuenta aniversario de otra gran película Sleuth (La huella), la obra final con la que Joseph L. Mankiewitz cerraba una impresionante filmografía.

Milo Tindel, un apuesto peluquero interpretado por Michael Caine, llega con su Alfa Romeo a la mansión campestre y muy inglesa de Andrew Wyke, un decadente escritor de éxito a cargo de Lawrence Olivier. La primera imagen es toda una declaración de intenciones. Tindel se abre paso a través de un laberinto de setos en busca de Wyke, situado en el centro como si de una araña esperando al acecho se tratase. La imagen sirve de metáfora de lo que estará por venir: el enfrentamiento de dos hombres en juegos cada vez más ingeniosos en los cuales las sorpresas acechan en cada esquina.

La mujer del escritor quiere divorciarse de él y unirse al peluquero, por lo que se producirá un duelo dialéctico, en el cual el veterano escritor propone urdir una trama para humillar a su contrincante: “Me alegro que hayas adivinado que lo que quiero es que robes esas joyas”. Al papel, la idea parece perfecta: el peluquero robaría unas joyas con tal de sufragar el nivel de vida de su prometida, mientras que el escritor recibiría el cuantioso dinero del seguro para empezar una nueva vida. Pero hay problema: Andrew Wyke no habla en serio. Todo es un montaje para humillar a quien le ha robado una de sus chucherías (su esposa).

  • -¿Ha tenido ya alguna experiencia? Me refiero a… si ha cometido antes algún otro delito.
  • -Señor Lord Merridew lo hubiera pasado muy mal si yo no hubiese ideado crímenes para que él los resolviera.
  •  -Señor Lord… ¿qué?
  • -¿Está bromeando?
  • -¿Por qué?
  • -¿No sabe quién es Señor Lord Merridew? ¡Es mi detective conocido por millones de lectores!

En La huella encontramos una multitud de temas, desde la literatura y la autosatisfacción del creador, al juego, la figura del doble o el asesinato; pero también existen otros como la temática social y el matrimonio (ambos muy brittish, por supuesto). “Entre Margaret y yo no existen secretos”, “Ni los míos, por lo que veo”; se dirán Tindel y Wyke, en una secuencia para más tarde, el escritor lamentar: “El sexo es el juego. El matrimonio es la condenación”.

El tema del matrimonio, las maquinaciones de un excéntrico millonario y el coqueteo con el juego ya habían aparecido en otras películas de Mankiewitz; por citar una, la maravillosa Mujeres en Venecia. Por su parte, el asesinato «es un un problema muy inglés«, como decía Alfred Hitchcock. De hecho, el detective creado por Andrew Wyke se parece mucho a las creaciones de Agatha Christie (ese detective belga de nombre Hércules Poirot), sin embargo, una opinión personal me llevaría a relacionarlo más con la creación de la también escritora inglesa Dorothy L. Sayers. Amiga de A. Christie, Checerton, C.S. Lewis y Tolkien, creó la figura de Lord Peter Wimsey, un aristócrata inglés que resolvía crímenes retorcidos de forma amateur.

Un thriller de ingenio y espacio único.

La huella presenta una narración sencilla y clara, una sugestiva caza del gato al ratón, -aunque con un sentido semiculto si se quiere, similar a la conversación de cualquier velada, como la que muestra la película- visualizada con firmeza, un tratamiento próximo al cine de Hitchcock (sorpresas, situaciones ambiguas, engaños). Sleuth tiene la dosis de elementos encontrados (placer – dolor) que tanto gustaba al cine de Alfred Hitchcock o la narrativa de suspense de Patricia Highsmith, considerándose la perversidad como un juego que no hay que tomarse nunca demasiado en serio. El problema es que esa especie de contradicción entre mostrar inteligentemente la perversión / asesinato y luego pedir al espectador que lo vea sólo como un juego, hace que uno no sepa a lo que atenerse. Aunque el principal escollo de La huella, como ocurre con el cine británico, es que se sacrifica todo, incluso la inteligencia, por mostrar el ingenio. Así como plantea la cuestión de si es posible rodar una historia con giros inesperados, con pocos personajes y un escenario único.

Pero la razón por la que La huella destaca frente a otros tantos thrillers de espacio único, son las increíbles actuaciones. A excepción de una breve aparición del actor británico Alec Cawthorne, el peso de la historia recae en dos únicos actores y lo hacen tan bien que deseamos que nadie les interrumpa. Olivier es reconocido como uno de los mejores actores de todos los tiempos, ya sea como Heachliffer de Cumbres borrascosas; Darcy de Orgullo y prejuicio o Hamlet. Su Andrew Wyke resulta un snob mezquino, pero Olivier lo convierte en una figura trágica y el espectador termina entendiendo su motivación.  Mientras que Caine es otro grandísimo actor, aunque con una carrera más irregular. Su Milo Tindel es un peluquero británico de clase baja con la audacia suficiente de mantener una relación con la esposa de alguien de clase superior que él. Al principio descubrimos un personaje patético, desesperado por encajar en una sociedad en la que no se siente cómodo, pero a raíz de la crueldad de Wyke, se revela en Milo el acero bajo su afable apariencia.

-Andrew, debes convencerle de que todo ha sido un juego.

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