Luca Guadanino es uno de esos directores que saben sacar del entorno ese poder transformador a través del deseo y pasiones ocultas de sus personajes –ya sea en la claustrofóbica academia de danza en “Suspiria” o en la piscina de “Cegados por el sol”- pero también su cine suele destilar la nostalgia de otros tiempos. Así sucedía con estas citadas películas, ambas remakes, e incluso en esta pues la estrella tras las cámaras es el grandísimo y veterano cineasta californiano James Ivory que aquí sirve a la historia como destacado guionista, cuyo labor fue recompensada con un Oscar. Su presencia en esta película nos remite a ese clásico del cine gay que fue Maurice, versión cinematográfica de la novela de EM Foster que considero superior.
El despertar sexual y por tanto, el primer amor, explorados como parte de un romance veraniego ha sido tema de una infinidad de títulos desde los primeros compases del séptimo arte. La “novedad” en esta ocasión es que se trata de un romance homosexual entre un adolescente precoz y un hombre más mayor imbuido de sensualidad y de un estilo exquisito. Tema que, por supuesto, aún sigue siendo tabú en ciertos sitios tanto fuera como dentro de Hollywood.
Todavía queda mucho para que una industria tan conservadora empiece a reconocer la valía de films centrados en el amor homosexual (aún recuerdo con ira cómo le robaron el Oscar a Brockback Mountain) y algo parecido le sucede a esta. Pero esto hace que sea una película excepcional.

Nos situamos en un verano de los años 80 en el norte de Italia. Samuel Perlman (Michael Stuhbalg) es un profesor de arqueología que vive con su mujer Annella (Amira Casar) en Italia junto a su hijo Elio, un talentoso músico que pretende trabajar sobre una obra de Schoeberg al mismo tiempo que compone variaciones sobre piezas de Bach, interpretado de forma notable por Timothée Chamalet.
Su personaje es de esa clase de gente que va a su aire y que tiene el tiempo suficiente para tocar el piano, leer, reflexionar, tomar unos melocotones de aquí y allá… y enamorarse, empapado de los tonos cálidos del verano. Sus padres son otros intelectuales que también parecen ir a su aire pero disfrutan de las conversaciones sobre los aspectos académicos en los que cada uno de ellos destaca y se aburren con aquellos que no mantienen ese tipo de conversación. Esto es clave para entender el éxito que tiene Oliver (Armie Hammer), un estudiante de posgrado, que llega como asistente en la investigación de su padre. Su personaje encandilará a todos, salvo por supuesto, a Elío que verá en él una actitud arrogante. De ahí que su enamoramiento por él le confunda y necesite comparar esa experiencia con la de una amiga de la infancia Marzia (Esther Garrel).
Cuestión de enfoque.
La primera parte de la película se desarrolla con un subtexto. El cineasta nos sitúa en los paisajes y en la vida despreocupada de los personajes más que en centrarnos en el potencial romance. Sin embargo, la clave está en los detalles. Las miradas, descubrimientos de su propio cuerpo (sopla perezosamente el vello de una axila) o actitudes (sus dedos juegan con un melocotón y luego con sus genitales) que hacen que Elio empiece a sentirse confuso.

Pero pronto va desarrollándose la pasión y la lucha de ambos personajes que trae consigo esos impulsos (entre el deseo y lo que es correcto). Hasta que se llega al clímax erótico que culmina con un discurso a cargo de Michael Stuhbalg, el padre del joven, uno de los momentos claves de la película.
Luca Guadanino sortea con éxito las trampas genéricas que se le presentan en esta película: a pesar de las tomas de la campiña italiana no es una clásica historia de vacaciones, y a pesar de las coreografiadas escenas de amor no es un drama erótico. Pero más allá de una locura de juventud, este romance sería como el primer amor que con su poder sísmico deja su huella inconfundible para bien o para mal. La pasión que Elio y Oliver sienten el uno por el otro hace que cada gesto o frase se graben en sus recuerdos. Así entendemos la última secuencia, por la cual Timothée Chamalet habría merecido el Oscar por esa capacidad de silencio, en una sola toma, de Elio de casi 7 minutos. Porque el romance termina siendo la tragedia sobre un apego genuino, uno intensamente erótico pero contenido, como el de la vida de muchos hombres que se han visto olvidos a llevar en el más estricto secreto y privacidad.
