Judy. Un alma magullada al final del arcoíris.

-Sólo soy Judy Garland durante una hora por la noche. El resto del tiempo, soy parte de una familia.

Al cine le gusta retratar algún personaje jugoso que represente al propio Hollywood, pero últimamente parece sentir una adoración especial por aquellas historias que muestran el «reverso tenebroso» de la propia Meca del Cine, junto a los sinsabores y sacrificios que hay detrás de la fama, a través de un collage de ideas que suele incluir un poco de todo. Así veremos desde la apología desmesurada del famoso Carpe Diem a una pizca de nostalgia, como al talento natural frente a las cámaras, pero sobre todo sus claroscuros como la presión del éxito o la tragedia. De hecho, la actriz de El mago de Oz sería el ejemplo perfecto de la estrella que se apaga rápidamente.

En sus recuerdos de adolescencia, parecía que sólo conoció una cosa -trabajo, trabajo, trabajo- desde que se convirtió en un peón en manos del jefe de los estudios, Louis B. Mayer (Richard Cordery), que usaba píldoras y una vigilancia constante para que estuviera siempre dispuesta en el rodaje de «El mago de Oz». Ese sería el clásico que llevó a su fama más allá del arco iris aunque muchos vieron cómo la joya de la corona de la MGM se iba convirtiendo en víctima.

Pasó de ser la estrella infantil y formar pareja  profesional con otro niño prodigio, Mickey Roony, a pagar un alto precio la gloria, entre somníferos y alcohol. Es justo aquí donde nos sitúa la película, en 1987, con una Judy Garland con 46 años y más de 40 años de carrera. Un año más tarde, fallecería de sobredosis. El guionista Tom Edge adapta la obra de teatro End of the Rainbow de Peter Quilter y está  dirigida por Ruport Goold y protagonizada por Renée Zelweger, quien para muchos espectadores sigue siendo la actriz que interpretó a Bridget Jones y poco más. Al visionar «Judy» ni por un segundo el espectador olvida que está ante una actuación. La estrella de Chicago trabaja muy duro para meterse en la piel de Garland y, sobre todo, por alcanzar un tono de voz muy cercano al de la propia actriz -lo que por supuesto, sólo se puede descubrir en su versión original-. El problema es que parece más un entretenimiento para Reneé Zellweger que una auténtica transformación en un personaje como hiciese Marion Cotillard como Ediph Piaf. Y es más el retrato de la actriz que luchó por la custodia, vivió con las cuentas vacías y salía de los escenarios, abucheada, que la estrella que nos hacía cantar: «Somewhere over the Rainbow». Una actriz que luchará por mantenerse a flote, cuando deja a sus hijos al cuidado de su padre y se embarca en una gira por Inglaterra con la idea de reflotar su carrera y su fortuna. Otro problema es que muchos de los aspectos esenciales de su vida han quedado reducidos a simples anécdotas: con una toma fugaz de Judy y Liza o la presencia del ex marido, con quien mantuvo una lucha legal por la custodia de sus hijos

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