En los años 70 la vieja guardia de Hollywood dio paso a una nueva generación conectada con las vanguardias culturales de la época y que se empezaban a formar en las escuelas de cine. Pero este no fue el caso de Robert Altman. Cuando Altman dirigió su primera película en 1968 “Cuenta atrás”, para la Warner Brothers, tenía 44 años y toda una carrera para la televisión a sus espaldas, pero él era un director ingobernable aunque con un grandísimo talento. Por ejemplo, cuando rodaba “Countdown” quiso poner en práctica una vanguardista técnica de sonido que más tarde le daría fama: llenaba el set y los actores de micrófonos para crear diálogos superpuestos. Pero entonces Jack Warner le despidió de forma fulminante y le prohibió que pusiera un pie en sus estudios. Dos años más tarde, en 1970, la 20th Century Fox le dio la oportunidad de dirigir una nueva película. Supuso el debut en la producción de Ingo Preminger, hermano de Otto Preminger (hoy tema de moda porque nació en un territorio que ocupa la actual Ucrania) y que aparte de productor fue también agente literario entre otros de Daltom Trumbo. Este sería un film de bajo presupuesto, sin pretensiones de ningún tipo y pensado para cubrir un programa de autocine. Se rodeó de actores entonces desconocidos que ya habrían trabajado con él, como Robert Duwall o que procedían de una escuela de interpretación de San Francisco: el caso de Elliot Gould o Tom Skerrit y quiso ambientarlo en la Guerra de Vietnam, el conflicto de la época. Pero fue un éxito fulgurante e incluso ganó la Palma de Oro de Cannes y tuvo varias nominaciones a los Oscars, entre ellas el de Mejor Película.
La única referencia al frente aparece en un prólogo en voz en off que nos traslada a la Guerra de Corea. En plena contienda, el coronel Henry Blake del 4407º MASH (US Mobile Army Surgical Hospital, es decir, Hospital de Campaña Móvil) llama a un general pidiendo más cirujanos. Tras un tira y afloja, al final el superior le envía a sus dos mejores hombres, pero olvida mencionar que los capitanes Hawkeye Pierce y Duke Forrest además de ser dos excelentes cirujanos de combate, están chalados y que en sus tiempos de descanso pondrán el campamento patas por hombro. El tono de sátira de la película hace que Donald Sutherland, Elliot Gould y sus compinches traten la guerra como si se trasladasen las gamberradas de Porky´s al ejército, con todo tipo de bromas pesadas. Drogan a un general y lo fotografían en un burdel o colocan un micrófono debajo de la cama de la Major “Hot Lips” (“Labios Calientes”) Hooligan, para que todo el campamento sepa de su forma de hacer el amor. “MASH”, la primera película “indie” producida por unos grandes estudios, sigue siendo una pieza divertida aunque algo anticuada.

Altman solía tratar sus películas más personales (y esta es una de ellas) como si de un sketch de esta película se tratase. Su cine no es un proceso disciplinado, sino que reunía a un grupo de actores en el set y dejaba que sus cámaras vagasen entre el elenco mientras interpretaba el guión. Consistía más en un juego, con la esperanza de captar algo mágico para la película. Quienes hayan visto algunos de sus trabajos podrían reconocer su estilo: sus lentos zooms captados con varias cámaras, su interés por la improvisación y sobre todo aquellos micrófonos colocados en cada actor para luego mezclar los diálogos con el sonido ambiente y superponerlos. Pero quién no haya visto ninguna de sus películas, reconocerán su estilo en Paul Thomas Anderson: “Magnolia” y sobre todo “Boogie Nights” son versiones del cine de Robert Altman.
Sería un film llamativo dentro del movimiento MeToo. “MASH” desprende una condición sexual gamberra y misógina por cada una de sus tiras de celuloide. Los tres cirujanos principales –Gould, Skerrit y Shutherland- aprovechan los tiempos muertos para el golf, el fútbol, las apuestas y sobre todo perseguir a las enfermeras. La odiosa enfermera Houlihan (Sally Kellerman) se convierte en el blanco de la ira de estos muchachos, hasta que aparezca Maj Burns (Robert Duwall), un fanfarrón religioso que será el objetivo de las burlas de los médicos. Hoy no se podrían revivir las bromas que experimenta la enfermera Houlihan porque esto se interpretaría como acoso; así como otras tantas escenas: en una secuencia, un personaje pretende suicidarse porque teme ser gay. Pero estamos en 1970 y la sátira cinematográfica había dado grandes producciones antibélicas como el caso de “Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?” (Stanley Kubrick), mientras que como comedía tendría lazos en común con el cine de parodias de Mel Brooks o de ZAZ, ese Trío de Ases como se conocen a los hermanos Jerry y David Zucker y a Jim Abrahams. Películas construidas a base de sketch, gags visuales en donde el plano funciona como una pequeña escena del teatro del absurdo, un escenario en donde el surrealismo, la vulgaridad y los gags sonoros funcionan al servicio de la zafiedad.

