El último duelo. La Edad Media según Ridley Scott.

Ridley Scott -que continúa en activo dentro del exclusivo club de cineastas octogenarios, una edad a la que muchos ya habrían puesto rumbo al retiro- dirige la que sería su mejor película en muchos, muchos años. Una historia sobre violación y violencia contra las mujeres que a pesar de estar ambientada en la Edad Media resuena por todas partes un tema de gran actualidad con el movimiento #Mee Too, de fondo.

Nos situamos en París en las vísperas de Navidad del año 1386, con tomas de Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) vestida ritualmente de negro mientras su esposo, Jean (Matt Damon), y su oponente, Jacques Le Gris (Adam Driver), se preparan para el combate. Estas primeras imágenes,  busca atender a una multitud de detalles como el armamento de los caballos o la espera ansiosa del público que va llegando, pero sobre todo nos traslada al interior del castillo donde se van preparando cada contendiente por separar: pasa de los escarpes a las grebas, las rodilleras y cotas de mallas, petos, y, finalmente, el bacinete, el característico casco con visera. Entonces, cuando van a montar a caballo para el duelo que pone título a la película, suena la música de Harry Gregson-Williams.

Desde aquí volvemos a la Batalla de Limoges, evento situado en la Guerra de los Cien Años, revisitando tres veces los acontecimientos previos al duelo titular, relatando «la verdad según» cada narrador.  A la crítica cinematográfica se le ha llenado la boca a la hora de comparar esta estructura episódica con el famoso film de Kurosawa: “Rashomon”. Aunque la verdad es como comparar un huevo y una castaña.

Como dice un viejo adagio, hay tres lados de cada historia: la tuya, la mía y la fría y dura verdad.

Sobre el papel, cada episodio o sección- “la verdad según” cada personaje- intenta dar la visión de los acontecimientos en función de los tres principales protagonistas. Cada segmento fue escrito por  cada uno de los guionistas, ya sea Ben Affleck, Matt Damon y Nicole Holofcener –quien pone voz a Margarite (Jodie Cormer)-.

En cambio, los personajes no cambian en absoluto. Scott prácticamente filma la misma situación tres veces seguidas sin apenas variaciones interesantes, de modo que se llega a ver y escuchar tres veces a los mismos personajes formulando las mismas líneas  de diálogo. ¿Por qué harías esto? ¿Cómo podría valorar a un director, tan inmune a la crítica, que pueda representar los mismos acontecimientos medievales tres veces?

Jean y Jacques son “hermanos de armas” en la batalla que terminaron odiándose por los rasgos de su personalidad y las circunstancias, que como escribiría Shakespeare, conspirarían para destrozarlos. Jean, el vástago de la antigua nobleza casi en bancarrota, con una esposa y un hijo muertos de la peste, es  impetuoso y carente de astucia. Un personaje grandilocuente que busca el honor y lo correcto. Jacques, por su parte, es el emprendedor arribista, abriéndose camino desde orígenes oscuros, gracias a su encanto y buena educación, hasta convertirse en el brazo derecho de un conde, interpretado por Ben Affleck, hedonista y superficial.

Entre ellos, se encuentra la esposa de Jean quien acusará de violación a Jacques Le Gris y cuya afrenta dará pie al duelo titular como parte del honor perdido que se intentará recuperar en una justa, un combate con Dios como testigo.

¿Una revisión de temas ya vistos?

Ridley Scott debutó en los años 70 con Los dualistas, un film en la línea de Barry Lyndon (Stanley Kubrick) sobre un odio entre dos soldados de la Francia de Napoleón. Una pequeña película, considerada por muchos como su mejor trabajo, mientras que el film actual pretende ser feminista pero se queda en el intento oportunista.

 Veamos un ejemplo. «Quiero que responda por lo que ha hecho», dice Marguerite cuando se le pregunta si desea proceder con una acusación que podría conducir al derramamiento de sangre, y agrega una línea de diálogo que resuena a través de los siglos en la era #MeToo: «No puedo estar en silencio».

Mientras que Thelma y Louise aportaron esplendor visual al guión ganador del Oscar de Callie Khouri sobre dos mujeres que encuentran un camino propio a raíz de la agresión sexual, The Last Duel se atasca en el barro y la sangre de su entorno de época: una sinfonía de violencia de flechas y clima adverso.  Eso sí, demasiado elaborada para filtrar las normas feudales del siglo XIV a través de un prisma moderno.

Toda la producción cinematográfica y su técnica visual está dirigida a contarnos una historia a modo del Reino de los cielos antes que Gladiator, con una cantidad de detalles como por ejemplo, la construcción de la Catedral de Notre-Dame. Scott Darius Wolski (uno de sus colaboradores) favorece la sensación nublada y de colores fríos de la Francia de la época. Desde interiores iluminados por el fuego, hasta exteriores rurales, todo está envuelto en la oscuridad.

Igualmente, la cinematografía subraya su arco de personajes una vez grande, ahora arruinado: vemos a Jean como una figura heroica al principio, filmado en cámara lenta o en ángulos bajos, pero la película lo encoge a medida que pasa el tiempo, tirando de la cámara hacia atrás y enmarcándolo a la sombra de sus contemporáneos.

Matt Damon as Jean de Carrouges and Jodie Comer as Marguerite de Carrouges in 20th Century Studios’ THE LAST DUEL. © 2021 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Un asunto de época.

Desde que irrumpió en Hollywood a finales de los 70 como un publicista que vendía Chanel nº 5 con un estilo completamente hipnótico, Ridley Scott ha experimentado con todo tipo de producciones. Eso sí, su filmografía se podría dividir entre sus películas de argumentos contemporáneos (Black Rain, Black Hawn derribado) e históricas, una vasta producción sobre épicas historias de época, desde Los dualistas, Gladiator, El reino de los cielos, Robin Hood, la presente El último duelo, y la futura Kitbag, biopic sobre Napoleón Bonaparte.

Pero ¿Cómo es posible que un director que fue capaz de dirigir Alien, el octavo pasajero y Blade Runner se perdiese tanto en el siglo XXI?

Una vez leí una anécdota de Napoleón Bonaparte que decía algo así como que estaba tan preocupado por arengar a sus invitados durante las comidas que podría estar comiendo heno que no lo notaría. A veces me pregunto si eso mismo sucede a Ridley Scott. Scott está tan sumamente centrado en imaginar visualmente la película (“tengo la película en la cabeza antes de haberla rodado”, dijo en una ocasión) que a veces no se cuenta de los defectos de guión más cegadoramente obvios.

Eso sí, el resultado final es estupendo en todos los aspectos.

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