Fernando Fernán Gómez, cien años de uno de nuestros colosos.

Un día como hoy,  28 de agosto, se cumple el centenario del nacimiento de Fernando Fernán Gómez que fue el abuelo, aquella “pareja feliz”, el fenómeno, el cómico que hizo un viaje a ninguna parte o el que murió en “Botón de ancla”. Muchos sabrán que nació en Lima, su madre –también actriz, estaba de gira por Latinoamérica en esos momentos- y vivió tres años en Buenos Aires antes de instalarse en Madrid, aunque pocos habrá que sepan que la nacionalidad española no la obtuvo hasta  en los años 80. Dramaturgo, escritor, miembro de la RAE, actor y cineasta fue un hombre que en su vejez llevaba la barba rala, los ojos inquisidores y un carácter que le hizo famoso, aunque quienes lo conocieron no coinciden, en absoluto, en ese trato agrio de aquel indómito pelirrojo que no sólo iba a contracorriente sino que “estaría capacitado para no hacer nada”, refiriéndose a sí mismo en una entrevista que concedió en los años 90.

La infancia de este niño transcurrió entre los camerinos del teatro y la calle, y fueron los escenarios precisamente donde vieron por primera vez su gran capacidad para la interpretación cuando abandonó los estudios en la Universidad. Un histórico como Jardiel Poncela le fichó para  su obra Los ladrones son gente honrada (1940) y de ahí pasó al cine: Botón de ancla, Balarrasa y algo de lo que se sentía muy orgulloso: el Premio Café Gijón que el mismo creó y dotó económicamente.

Fernán Gómez dirigiendo «La vida alrededor».

Entonces, se le ofreció la oportunidad de conocer el oficio desde la silla del director. Sus primeros éxitos fueron “La vida por delante” y su continuación, “La vida alrededor”, en los años cincuenta, películas influidas por el cine neorrealista que exportaba Italia, sobre las miserias de una ciudad como Madrid empobrecida por la guerra. De hecho, estos primeros trabajos marcarían la tendencia de su propia filmografía: retrato de la miseria a través de personajes fatalistas o como mucho, nihilistas. Mientras que continuaba al alimón su carrera como actor, con esa joyita que fue “La venganza de Don Mendo” (1963). Entonces, llega su primera obra maestra “El extraño viaje” que, con un argumento de Berlanga, estuvo influenciado por el expresionismo alemán y unos hechos reales, el crimen de Mazarrón. Una muchacha (Lina Canalejas) y su novio músico (Carlos Larrañaga) tocan en la fiesta de un pueblo mientras que en una familia se desata el drama entre tres hermanos, dos de ellos cortos de luces (Rafaela Aparicio y Jesús Franco) sometidos por la mayor (Tota Alba).

De los años 70 en adelante: los Oso de Plata y los Goyas.

La década de los 70 permitió que viéramos al Fernando actor más internacional con unos personajes que triunfaron en los festivales de cine europeos, sobre todo el de Berlín, en donde logró dos Osos de Plata como mejor intérprete.  Eso sucedió en 1977 y en 1985 por «El anacoreta» y «Stico«.

Pero si Fernán Gómez era bueno en la interpretación, me quedo con su faceta de cineasta. El episodio real de un asesinato dio lugar a Mi hija Hidelgart (1977), a través de la mirada de una madre asfixiante (Amparo Soler Leal), mientras llegaba en los años 80 su película más famosa: El viaje a ninguna parte (1986), el periplo que llevó una pequeña compañía de teatro, de pueblo en pueblo, para ganarse el pan. Una película que enfrentó los dos grandes amores de Fernando Fernán Gómez, el teatro y el cine, y que le daría seis Goyas.

En la primera edición de los premios de nuestra Academia de Cine no sólo triunfaría con esta película sino que Fernán Gómez se llevó para casa el cabezón al mejor actor por otra película dirigida por él mismo, Mambrú se fue a la guerra. Con esta, regresaba a la Guerra Civil a través de un  represaliado que decide ocultarse cuarenta años para evitar ser detenido.

Emiliano es un republicano que lleva escondido décadas en una cueva, logra reintegrarse de nuevo en su familia. Pero su mujer (María Asquerino), su hija (Emma Cohen) y su yerno (Agustín González) se dan cuenta de que sí hacen público el regreso del cabeza de familia seguramente perderán la pensión de viudedad que le iban a pagar por todo este tiempo. De manera que, mientras se entregan al consumismo, mantienen oculto al abuelo. Al fin y al cabo no era más que crítica a los nuevos valores que sustentaron el pacto social tras el franquismo.

No terminaremos sin acordarnos de su última gran película Siete mil días juntos, su antepenúltimo trabajo como realizador. Una especie de La guerra de los Rose (Danny DeVito, 1989) a la española con una estructura que recuerda a El extraño viaje. Una tragicomedia castiza, con grandes dosis de humor negro e incorrección política (parece improbable que hoy día alguien se atreviera a crear un personaje como el necrófilo al que da vida Agustín González, a la postre lo mejor de la película), pero que funciona como comedia y como cine de suspense al estilo de Hitchcock.

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