“Y al finalizar, os hiero”.
La obra de Edmond Rostand es, sobre todo, el escaparate para una estrella Gerard Depardieu que sigue una larga tradición, desde el Coquelin original hasta Steve Martin. Habría mejores historias de amor, pero Cyrano de Bergerac es una de las máximas celebraciones del espíritu romántico. Mientras como soldado tendría la habilidad de los tres mosqueteros, como poeta, podría improvisar unos versos en pleno duelo, pero enmudece en presencia de su prima Roxane, su musa ideal.
La película se inicia con la representación teatral de “Clorise” en el Hôtel Burgundyde, a cargo del temible Montfleury, conocemos a Christian de Neuvillette (el siempre apuesto Vincent Perez), que busca entre la nobleza a su amada Roxanne (guapísima Anne Brochet), prima del famoso poeta y espadachín (y soldado) Cyrano de Bergerac, que primero interrumpe la obra por considerarla nefasta (y por su odio a Montfleury) y después cede a las provocaciones del gomoso Vizconde de Valvert. Somos Cyrano cuando humillamos al noble arrogante y abyecto, cuando le damos un repaso a su ignorancia y le vencemos con la espada y con la palabra.
La figura del espadachín era aquel noble caballero que defendía las causas justas, saliendo victorioso de todo tipo de aventuras gracias a su habilidad blandiendo un brillante acero, un personaje que existió en la realidad aunque fuesen la literatura y el cine los medios que los convirtieron en universal. Hasta el siglo XV, siglo en el que aparecieron los primeros arcabuces, sería la espada el arma fundamental en el campo de batalla. Cuando dejó de ser eficaz, pasó a formar parte de una disciplina deportiva: la esgrima.
Cyrano de Bergerac. (Caméra One, CNC, Hachette Première et Cie, UGC Images, DD Productions, Films A2, Investors Club, La Sofica Sofinergie. 1990.)
La fastuosa recreación de Jean Paul Rappenaue fue uno de los grandes títulos del cine galo en un año, 1990, en el que surgieron el díptico de Yves Robert (La gloria de mi padre/El castillo de mi madre) o de Luc Besson (Nikita). Fue el inicio de una era conocida como “el cine de autor” en Francia. Pero a diferencia de otras, la de “Cyrano” es una película tradicional francesa, aunque con el empaque de gran producción, y con los diálogos tomados directamente del original, en coplas rimadas, hábilmente abreviados por Jean Claude Carrere, quien fuese el guionista habitual de Buñuel. Por cierto, destaca la traducción de los diálogos al español y al inglés (Anthony Burguess).
Un clásico procedente del teatro.
“Despreciar con valor la gloria y la fortuna. Viajar, con la imaginación, a la luna. Solo al que vale reconocer los méritos. No pagar jamás por valores pretéritos. Renunciar para siempre a cadenas y protocolo. Posiblemente no volar muy alto, pero solo“.
Edmond de Rostand, estrenó la obra en 1897, pero el propio autor tuvo tan poca fe en su éxito que se disculpó ante los actores por llevarles a una locura, pero se tuvo que rendir a la evidencia cuando en el descanso del primer acto, recibió grandes aplausos de la platea. El del soldado-poeta narigudo, tan dispuesto al combate como impotente ante el amor, es uno de los mitos eternos tan maleables que lo hemos visto en pantalla en infinidad de ocasiones. A pesar de que una de sus virtudes es la elocuencia de su personaje y la brillantez de los diálogos, las primeras versiones fueron dos películas italianas, mudas. Luego, vendría “Cyrano y D´Artagnan” (Abel Gance) y la versión americana, dirigida por Michael Gordon en 1950; la primera versión en inglés fue en 1950, a cargo de José Ferrer y Mala Powers –ambos premiados con el Oscar-. Cuando Jean-Paul Rappenau se enteró que el propio Orson Welles fue despedido de los estudios de Hollywood cuando quiso adaptar la historia, con un guión escrito por Ben Hecht, se le reavivó el deseo de escenificar la obra.
Jean Paul Rappenaue había dirigido otra pieza histórica (Gracias y desgracias de un casado del año 2, 1971) y volvió al film de gran presupuesto con El húsar sobre el tejado (1995), aunque sin el éxito de Cyrano de Bergerac. Mi única crítica a la película es que como la mayoría de los dramas épicos a veces se siente un poco exagerado. El final se dibuja casi cómico. Una gran película debía contar con un gran desenlace pero habría sido mejor un enfoque más íntimo.