Un hombre sangra al toser, se trata de Jorge VI y se encuentra en Buckingham Palace en 1947, justo en el momento en el que se va a casar su hija mayor, Isabel, con un “forastero” con el que se tiene pocas simpatías. Tan pocas, que incluso Winston Churchill murmurará algo, excitado, entre los bancos de la iglesia: “¡Su tío regaló la India! ¡Sus hermanas están todas casadas con nazis! ¡Nazis prominentes!”; a los recién casados no les importará. Se van a Clarence House donde esperan vivir felizmente, mientras que su esposo, Felipe, planea regresar a su destino de Malta como oficial de Marina. Pero todo cambia, cuando Jorge VI muere e Isabel se convierte en reina, décadas antes de lo esperado.
Así comienza “The Crown” (“La Corona”) una ambiciosa incursión de la BBC y Netflix a la familia real Windsor. A pesar de su impronta de folletín, se desarrollan los inicios de su reinado de forma majestuosa durante los nueve episodios de la primera temporada, dejándose ver muy bien y con una buena audiencia, a pesar de que no hablamos ni de zombies ni de atracones de tiros, y a pesar de que cada episodio se cuece a un ritmo lento como si pretendieran darnos tiempo para que disfrutásemos de cada detalle. “The Crown” cuenta con una lujosa apariencia y muestra un sinfín de eventos, algunos trascendentales, lo que no hace otra cosa que sembrar una duda: ¿Cuánto hay de real en todo lo que vemos y cuánto de licencias creativas? De hecho, la serie sería la ocasión perfecta para hacernos este tipo de preguntas. Una trama que se alimenta de las memorias no oficiales, los libros de Historia y los titulares de prensa, que puede hacernos olvidar que en el fondo no es más que una ficción. Una, que pretende contarnos lo que es, a todas luces, un oficio para el que nadie nace preparado; a través de una mujer tan aferrada a su deber como carente –en apariencia- de carácter.

Y lo cierto es que “The Crown” es una versión jabonosa de la Casa Real británica, aunque eso sí, de un jabón de muy alta calidad, que ha podido reunir a lo mejor de la televisión británica. La serie, creada por Peter Morgan (el guionista de “La Reina”, “Nixon contra Frost” o “La audición”), ha reunido a un plantel de directores como Stephen Daldry (“Las horas”) y un reparto, encabezado por Claire Foy, Matt Smith, Vanessa Kirby o John Lithgow. Pero sobre todo, la serie engancha. Sería una recreación que concuerda perfectamente con lo que sabemos, o creemos saber; de hecho, esto es uno de los grandes logros de Morgan (y su equipo): hacer que unos personajes reales -muy públicos y con los estamos bastante familiarizados-, resulten intrigantes. La reelección de Churchill y su batalla por su mala salud; el comienzo del cargo del primer ministro Anthony Eden (y su consumo de bencedrina); la niebla tóxica de Londres, y en el centro de todo, los Windsor: las giras por la Commonwelth mientras aumenta el sentimiento anti-británico, las meteduras de pata de Felipe, el griego; la coronación, los conflictos con Eduardo VIII y su esposa Wallis Simpson, o la negativa para que la infanta Margarita y el capitán Towmsend se casasen.


“Magnicidas” sería de lo mejorcito de esta primera temporada, una exposición del ego y la fragilidad humanos, los aspectos que definen el 80 cumpleaños de Winston Churchill, junto a ese retrato perdido suyo. Y esto, queridos lectores, sería lo mejor de la serie, porque al fin y al cabo hay una triste verdad en “The Crown”: para el espectador será difícil alinearse con los protagonistas, pues sus luchas son con ellos mismos, sobre ellos mismos y su círculo más íntimo, situado en la élite. Solo nos queda una esperanza, que nuestras vidas burguesas y “pequeñitas” no tengan nunca que lidiar con las dificultades, incluso con la soledad, que implica un poco de poder.
Y si te encantan las películas de época, no eres especialmente anti-monárquico y te fascina John Lithgow (¿a quién no?), esta es tu serie y este, mi consejo, visionar varios capítulos, de un tirón, acompañado de una botella de tu licor favorito. Cada vez que un personaje mencione: “la Corona”, tómate un chupito; ya verás lo divertido que es.