Las mujeres de Rohmer.

«¿Por qué me ataría a una mujer si lo que estoy es interesado en las demás?»,

Jérôme (Jean-Claude Brialy en “La rodilla de Clara”)

Fue François Truffaut quien afirmó que el cine es “el arte de la mujer, es decir, el arte de las actrices”, una visión que la convertía en modelo y musa, compartido por otros cineastas, compañeros de profesión y del movimiento cinematográfico de la Nueva Ola, como es el caso de Eric Rohmer. En su cine, ofreció una revisión feminista de las presiones y contradicciones de las chicas que se convertían en mujeres en un mundo en donde  los roles de géneros empezaban a cuestionarse por las políticas feministas. Como otros directores –de hecho, como muchos artistas masculinos en general- cuando se muestran libres para expresar sus sensibilidades, no pueden evitar imponer sus neurosis a las mujeres. A muchos de sus personajes, les sucede lo mismo que el personaje de Jean Louis Trigtignant en “Mi noche con Maud” (1969): “Las mujeres me ayudan en mi progreso espiritual”.

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Es normal que a Eric Rohmer se le considere un director que entiende por igual el razonamiento tanto de hombres como mujeres. Sólo cambiaría el género del portavoz ya sea un personaje masculino (hablando de mujeres) o los personajes femeninos (hablando de hombres). Recuerdo una sátira de lo que sería un ejemplo simplificado del “método Rohmer” en aquella película “Cómo piensan las mujeres”, en la cual Mel Gibson, después de un accidente bastante ridículo, era capaz de escuchar los pensamientos de las mujeres, limitándose eso sí a crear ruido de voces en su cabeza. Rohmer va más allá de las simplificaciones y tópicos del cine americano.

Su primer gran ciclo cinematográfico, Los cuentos morales, se centran en los dilemas románticos de un protagonista masculino dividido entre la mujer A (con quién está vinculado por un compromiso o intención matrimonial, aunque su personaje suele estar ausente en la acción, o en un segundo plano) y la mujer B (la seductora tentación, bien como fantasía o aventura de una noche). Pero Rohmer no es un misógino, presenta a mujeres de espíritu libre y a las que siente admiración por mostrarse diferentes. Aunque evidentemente, la atracción sexual existe. En sus películas, se desarrolla una sexualidad a flor de piel, que a veces, los propios personajes deben acotar. “Ya no miro a las damas… Me caso”, dice Jerome en “La rodilla de Clara” a su vieja amiga Aurora, aunque no es tanto un voto de castidad, sino una especie de protección para evitar posibles enredos románticos aunque pronto tendrá que romper esa promesa.

En el universo de Rohmer, las mujeres son la forma que tiene el director para que den sentido a los personajes masculinos y los haga superarse; muchas veces recurriendo al concepto de la culpa (No olvidemos que Rohmer era católico practicante). Un ejemplo, lo encontramos en La panadera de Monceau (1963), en la cual un joven Barbet Schroeder se sentía atraído por una trabajadora, aunque se irrite por no tener “la cualidad tolerante que hubiera aliviado mi conciencia”.

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En otras ocasiones, Eric Rohmer da una mayor voz protagonista a las mujeres. En “Un cuento de otoño”, por ejemplo, una mujer casada llamada Isabel decide que su amiga Magali necesita un hombre y pone un anuncio en una columna de corazones solitarios e incluso los va investigando suplantando ser su amiga. De hecho, en su cine el protagonismo de las mujeres fue cada vez en aumento, como sucede en el ciclo de «Comedias y proverbios» aunque sus tramas solían ser parecidas unas a otras. En otro film, “El rayo verde” (1985), Marie Riviére, la casamentera Isabelle de la anterior película, al desesperarse por sus fracasos sentimentales, decide ir a la playa para encontrar el amor: ese lugar prototípico de Rohmer donde el calor y la humedad hace aumentar las pulsiones sexuales.  Al final del verano, su personaje será testigo del raro fenómeno que pone título a la película, el rayo verde en el momento final de la puesta de sol. Es parte del silencio que buscan algunos personajes en sus historias, casi siempre vinculado con roles femeninos. En “Las cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle” (1986), dos jóvenes planean escuchar al amanecer ese momento de inmaculado silencio que, si tu corazón es receptivo, oirás.

Nos quedamos con estos retratos femeninos; hay muchos más en una filmografía repleta de ellas, en la que hace gala de sus “mujeres”. Personajes que reflexionan, analizan, se burlan, mienten, coquetean, filosofan o se pelean. Mujeres con identidad y personalidad propia, la aquella que sería crucial para un cineasta como fue Eric Rohmer.

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