Dentro de la brillantez kubrickiana que Nolan a menudo evoca, hay una narrativa claustrofóbica presente en este thriller de ciencia ficción, ambientado en el mundo de los sueños, con brillantes efectos visuales y una narrativa inspirada en Philip K Dick. En un futuro no muy lejano, la tecnología ha permitido que el espionaje industrial se lleve a cabo en el terreno de los sueños, a través de un espía altamente especializado, llamado “extractor”; un arquitecto y un equipo que se organiza como si de un atraco se tratase.

Pensemos en cómo la Novelle Vague plantearía una película de ciencia-ficción como “Origen”, con la tecnología de ahora pero con planteamientos de antes. El nombre que nos vendría a la mente sería el de Alain Resnais. Su destrucción del tiempo secuencial, donde los hechos influencian unos en otros sin orden ni control, y su investigación de la verdad, cómo rescatar la verdad de los vericuetos de la mente humana, lo relacionaría con el cine de Christopher Nolan. Pero la referencia no sería “El año pasado en Mareinbed”, sino “Te amo, te amo”. Un hombre pretende regresar al pasado con tal de evitar su propio suicidio, pero la máquina del tiempo se estropea y la cronología se desbarata, por lo que se suceden flashes del pasado sin orden ni concierto. De esta forma, Resnais pretendía reflexionar sobre la complejidad de la memoria y la debilidad de los recuerdos, convirtiendo la vida del personaje en las piezas de un extraño puzle.
De Resnais pasamos a Stanley Kubrick (“2001”), -por ese hotel que parecería estar sin gravedad, como una estación espacial- y a Andrei Tarkovski, cuyo “Solaris” (1972) sería uno de los referentes de la película, en esa esposa muerta que se resiste a permanecer encerrada en una habitación de la memoria. Aunque como blockbuster veraniego tiene más de la adrenalina de un onírico James Bond que de la caligrafía de la Nueva Ola francesa.
“Origen” es una película valiente que demuestra el buen pulso de las grandes majors de Hollywood lanzadas a la apuesta más arriesgada. Una experiencia cinematográfica única que nace de un concepto cautivador y a la que podría añadirse casi cualquier calificativo: Arrolladora, espectáculo alucinante o el de un elegante y virtuoso entretenimiento. Es imposible no dejarse cautivar cuando Cobb se lleva a Ariadne a tomar un café en París, para luego mostrarle lo maleable que puede llegar a ser una ciudad imaginada, o en la escena de Levitt, en el pasillo del hotel, de lo mejor de la película.


La secuencia se rodó en un hangar de la Primera Guerra Mundial a las afueras de Londres, donde el equipo de Nolan construyó una serie de segmentos del pasillo: uno horizontal, que giraba 360 grados; y otro vertical, que permitía a los actores usar cables, a los que fueron atados los actores y luego borrados de la pantalla usando efectos visuales.
Aunque en apariencia insuperable, esta técnica no es nueva; se llevaron a cabo en dos momentos en los que aún no existían los ordenadores y los retoques digitales. Fred Astaire había bailado por las paredes y los techos en “Bodas Reales” (1951) utilizando el mismo sistema y Kubrick lo empleó en “2001”. a través de unos efectos visuales tan simples como efectistas: hacer girar la cámara junto con el pasillo, construido sobre una especie de armazón circular desplazándose a una cierta velocidad.
¿Estaríamos ante una obra maestra?
Las ciudades retorciéndose sobre sí mismas y los paisajes desmoronándose, aunque visualmente impactantes, carecen de utilidad narrativa, pero el principal defecto de la película reside en un guión francamente mejorable. Es excesivamente larga (como muchas de las películas del director), reiterativa (el personaje de Ellen Page parece existir únicamente para explicar, una y otra vez, la dinámica de los sueños) y la historia secundaria entre DiCaprio y Cottillard, resulta irritante.
La trama no es innovadora y la forma de representar los sueños es tramposa.
Ya oigo a alguien decirme “estúpido, snob” mientras que me argumenta que la lógica de los sueños es de lo mejor que ha visto en los últimos años. Los sueños es uno de los grandes misterios de la mente humana y, por extensión, de la humanidad. Pero no funcionan como los muestra Nolan en la película: son anárquicos, surrealistas y no responden a la lógica racional y realista que el director se ha empeñado. Si quieres saber realmente de qué va los sueños, lea a Dante, a Freud o a Carl Jung. Los sueños de Christopher Nolan son explosiones y set pieces de acción, a un estilo Bond bastante rudimentario.
Pero, seamos honestos, la trama no va de los sueños. “Inception” se centra en alejar al personaje de Cilliam Murphy de la compañía de su padre, implantándole una idea en su mente; en este sentido, los sueños serían el marco, el entorno donde se lleva a cabo una historia rutilante encuadrada genéricamente en el cine de espías o de ladrones.
Christopher Nolan no sabe manejar bien la emoción en su cine.
Sé la respuesta. ¿Es qué no has visto las películas de Batman? La muerte de Rachel en “El caballero oscuro” no me conmovió nada y que Harvey Dent se convirtiese en Dos Caras me dejó tan frío como un congelador: el uso del maquillaje no es una respuesta emocional. Y la trama “romántica” entre Cobb y su esposa muerta es irritante. Christopher Nolan necesita constantemente la música de Hans Zimmer para que nos acordemos que esas escenas deberían emocionarnos.

Christopher Nolan no sabe dirigir a actores y crear personajes complejos.
Hagamos un repaso, “Origen” tiene uno de los mejores repartos de los últimos años: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Caine, Cotillard, Levitt, Murphy, Berenger y Watanabe. Pero ninguno de ellos transciende, con la excepción de Dom Cobb. Pensemos en los personajes a nivel del actor. Hardy, Page, Watanabe, Cotillard. Ninguno de ellos son realmente personajes, sino caras conocidas que hacen avanzar la trama. Aún eso, se podría argumentar que Dom Cobb resulta complejo y redondo, pero de éste solo obtenemos dos aspectos: fue la persona que creó la idea de Origen y que lo ensayó en su mujer, que acabó suicidándose. El peso de la culpabilidad no le hace más complejo al personaje, como sí lo hacía por ejemplo, en el caso de “Insomnio”.
Consciente de su condición de ilusionista, Nolan deslumbra con “Origen”. Es un director que domina los ritmos, las técnicas cinematográficas y los recursos visuales para hacer de su película un gran espectáculo. Un cine lo suficientemente atractivo para encandilar al espectador y lo suficientemente ambiguo para hacerle reflexionar desde la butaca, pero como le sucede a los grandes magos, cuando se descubren los retales de sus trucos se pierde parte del interés. Ya lo decía el bardo de Stratford-upon-Avon o el genial Calderón, los sueños, sueños son.