El primer paso de todo cineasta que aterriza en Hollywood es lograr la gloria, pero existe un siguiente paso que debe cumplir en el plan premeditado de toda majors: hacerte cargo de una secuela. Eso es lo que le sucedió a Christopher Nolan tras el éxito de “Memento”. Se sabe que la Meca del Cine es una industria acomodaticia y conservadora que busca el dinero fácil, que rastrea todo lo bueno que haya por el mundo y lo termina haciendo suyo. En este sentido, la Warner contrató a Nolan para adaptar “Insomnio” (1997), del director noruego Erik Skjoldbjaerg, que quiso hacer lo mismo que Nolan en Hollywood, aunque fracasase. El noruego filmó una película independiente “Nazión prozac” y se asoció con los hermanos Weinstein, quienes le dejaron en la estacada, sin ni siquiera estrenar la película en ningún cine de los Estados Unidos.
En “Insomnio” seguimos a Dormer (Al Pacino), detective procedente de Los Ángeles, que parece agotado cuando baja del avión. Su misión sería la de investigar la muerta de una joven en algún lugar de Alaska, Nightmute, la tierra del sol de medianoche.
Estoy harto de oír que se trata de su peor película, que es lenta y aburrida y que no tiene ninguna de las características que destacan su cine. ¿Es tan subestimada como el público cree? Frente a lo que muchos piensan, “Insomnio” es una grandísima película, con uno de sus mejores historias que aprovecha el éxito de un peculiar subgénero: el de los asesinatos en una pequeña ciudad; pensemos en la serie de David Lych “Twin Pinks”. Es cierto que sería su primer trabajo en el que no participa en la escritura del guión y que, por tanto, pierde todos sus trucos narrativos de sus dos anteriores films.

“Insomnio” sería una película convencional, en comparación con sus otros trabajos, pero desconcertante. La versión de 1997 fue un thriller que demostraba que el cine negro podía ser un género tan áspero a la luz del día que a la noche. La culpa del personaje se mostraba a una luz del día interminable, siempre al descubierto y sin posibilidad del descanso, mientras que en el film noir americano solía manifestarse escondido en las sombras. De ahí que no sea el típico juego del gato y el ratón entre el asesino y el detective que tantas veces hemos visto en el cine, sino un thriller oscuro –a pesar de la ambientación completamente luminosa- en donde existe un velo oculto de la realidad que une al detective y al asesino: la culpa ante un homicidio. El personaje de Al Pacino se siente culpable por la muerte de su compañero Hap Eckhart (Martin Donovan) que le iba a delatar a Asuntos internos, por un caso que compartían en Los Ángeles, la ciudad de donde procedían; mientras que Walter Finch (Robin Williams), mató a una chica después de fallar un intento de seducirla.
Un paisaje y unos escenarios que cobran un gran protagonismo, en el que apreciamos uno de los detalles característicos del cine de Christopher Nolan: el hombre enajenado y autoexpulsado del mundo, que padecerá la soledad. Primero, el inmenso glaciar que sobrevuela el avión que lleva a Dormer y a su compañero, y luego, el pueblo en sí, Nightmute, un pequeño lugar situado en medio de la nada, entre unas montañas de Alaska, habitados “por aquellos que llegan huyendo de algo”; sus calles están vacías, nadie circula por sus calles y los semáforos regulan un tráfico inexistente. Para completar la atmósfera angustiosa, tenemos una escena clave situada en medio de una niebla espesa, una confusión tanto espacial como mental que afectará a los personajes principales. Otro de los elementos de Nolan en la película es la realidad especular que existe entre el protagonista y su némesis. Como se aprecia en la conversación que mantienen en el ferry, Finch es un policía frustrado que vive las experiencias de Dormer a través de sus novelas.

¿Cómo comparar ambas películas?
En la esencia, el film de Nolan y el original de Skjoldbjaerg coincidían casi en lo mismo: nos muestran a un detective caído en desgracia (Engström en el caso de Stellan Skargard y Dormer, como Al Pacino), que ayudan a la investigación en un paisaje boreal bajo la luz del verano excesivamente largas. Cuando intentan atrapar al asesino, matan de forma accidental a su compañero y se ven envuelto en un angustioso juego al gato y al ratón con el asesino y de la culpa por el homicidio involuntario. Es entonces, cuando el insomnio de ambos títulos les lleva al colapso mental. Tan sólo el final diferencia ambas películas.
Sin embargo, es la parte visual lo que realmente marca distancias. La de Erik Skjoldbjaerg se inicia con unas imágenes en bruto, granuladas, del crimen, con las manos del asesino alcanzando el cuello de la mujer para estrangularla, para luego deshacerse de las pruebas de forma frenética. Nolan, por su parte, comienza con un pulgar enguantado de látex frotando una mancha de sangre. La frialdad de estas tomas forman parte de un estilo realista del director que lleva a mostrarnos Alaska a través de unas composiciones planas y de unos colores apagados, así como el tedio que padece el personaje de Dormer.
Skjoldbjaerg quiso hacer un noir único, no sólo en la manera de tratar la luz, sino sobre todo en la conclusión en la ironía de mostrarnos la liberación del personaje al sumergirse en la oscuridad. Sin embargo, la versión de Nolan es muy convencional, ajustándose a la tradición de Hollywood de reempaquetar películas extranjeras, intentando mejorar el original, por el camino.
