Christopher Nolan es uno de los realizadores más personales y en forma de los que andan a sus anchas en el séptimo arte. Lleva más veinte años en la profesión, con películas tan interesantes como Origen, Memento o las nuevas versiones de Batman. Todas ellas con algunos puntos en común que forman parte de uno de los estilos más coherentes y heterogéneos del cine de la última hornada. Pero es un director con un apego sin medias tintas, o le odias o le adoras.
Si el cine es puro espectáculo de ilusionismo (al nacer de la ilusión óptica de creer que las imágenes realmente se mueven), Christopher Nolan sería uno de los mayores prestidigitadores. Su cine estaría definido según las palabras del personaje de Cutter (Michael Caine) al comienzo de El truco final (El prestigio), explicando los tres pasos que debía seguir todo ilusionista ante un truco: mostrar al público un objeto convencional, hacerle partícipe de algo extraordinario y encontrar a un espectador que se dejara engañar con eso ese hecho increíble. Sus películas suelen ser tan grandiosas que sus últimos trabajos son un espectáculo visual de principio a fin, acompañado de música y ruido que alcanzan las tres horas de duración.

“La identidad fracturada”.
De hecho, en su cine nada es lo que parece; lo vemos en su forma “fracturada” de presentar a sus personajes. En películas como Following, Memento, El caballero oscuro u Origen, se cuenta la vida fragmentada de sus personajes a través de la búsqueda de la identidad y de su responsabilidad vital. En su ópera primera, un escritor llamado Bill (Jeremy Theobald) confesaba: “Lo siguiente que voy a contar es mi historia”, intentando construir su identidad, confundido acerca de quién es y que es.
En este compromiso constante de Nolan por el “quién soy yo” de sus personajes, ofrece un rasgo distintivo de su personalidad: las costuras, siempre trágicas o fatalistas: En Following, Bill repite el relato de su identidad de mil formas distintas y a personas tan diferentes que ya no tiene una identidad estable en la que confiar, sobre todo cuando su “alter ego” (Cobb) usurpa la de Bill. He aquí donde encontramos otra característica propia de su cine, el choque entre una pareja antagónica, la imagen del Yo convertida en el Otro, incluso entendida como la cara y la careta. Sin embargo, su plasmación definitiva de la figura del doble, la desarrolló en El truco final, tanto en los dos hermanos gemelos como en el truco del “Hombre Transportado”, a través de la máquina de Tesla, que le surtirá de una colección de Dopplegangers.

En esa ruptura de la identidad que acomete Nolan en sus películas, destaca cómo rompe los pilares sólidos que convencionalmente forjan nuestra personalidad; nos referimos a la familia, el trabajo, la ciencia, etc. Estos aspectos suelen aparecer en sus filmes para imprimir un aire de tragedia a las historias extraordinarias que viven los personajes. De ahí que ellos estén alejados del mundo, expulsados (o autoexpulsados) de él. En Insomnio, el escenario es Nightmute, una pequeña ciudad de Alaska, habitada por “aquellos que llegan huyendo de algo”; en el Truco Final es significativa la presencia de Nikola Tesla que viven fuera de los márgenes de la sociedad, donde desarrolla sus avances tecnológicos; en Origen, el personaje de Leonardo DiCaprio busca en los sueños una realidad casi más real que su propia vida, sobre todo cuando debe hacer frente a los fantasmagóricos recuerdos fragmentados de su mujer. Y todos conocemos la historia de Batman, ese joven que decide crear un imperio a su alrededor y un personaje justiciero –al margen del mundo- con el fin de llevar a cabo su venganza.
Una cuestión de tiempo.
El otro elemento del sello de Nolan es la estructura narrativa no lineal, siendo su forma de abordar el concepto del tiempo su aspecto más fascinante de sus películas. De hecho, sus films parecen cronológicas hasta que de repente nos sentimos dislocados, al darnos cuenta que en una película suya todo es cuestión de percepción. Y eso es lo que hace que personajes y espectadores traten de dotar a la historia de un significado, juntos.
Pero su cine no sólo se estructura a través de identidades fragmentadas de sus protagonistas, también a través de “tiempos fragmentados” convirtiendo sus películas en auténticas matrioskas en donde el tiempo lo es todo. Pensemos en la narración retrógrada de Memento, las narraciones en paralelo de “El truco final” o los niveles del tiempo de, por ejemplo, “Origen” o “Dunquerque”, al mostrarnos la estructura narrativa en tres niveles: los sucesos de la playa, desarrollados durante una semana; los acontecimientos del mar –que ocurren en un día- y los eventos del aire, que transcurren en una hora.
Aspecto vinculado con otro elemento distintivo en un film de Christopher Nolan: la memoria. La memoria impulsa la trama de algunas de sus mejores películas (Memento, Origen, Interestellar, El truco final); en Inception, por ejemplo, aparece en la historia desde el momento en el que el protagonista, Cobb (Leonardo DiCaprio) trata de implantar recuerdos nuevos en el subconsciente de otra persona. Pero la percepción del tiempo y de la memoria puede ser defectuosa en el cine de Nolan. Michael Caine nos dice en “Interestellar”: “No tengo miedo a la muerte, tengo miedo al tiempo”.