-Ha vuelto a decir las mismas palabras, las mismas palabras falsas. Que se ha hecho ambicioso con los años.
Catherine Sloper, Olivia de Havilland en «La heredera», William Wyler.
Se dice que una obra de arte extiende a la eternidad el talento del artista, pero a veces es el artista el que parece romper cualquier barrera del tiempo. Olivia de Havilland estuvo destinada a ese honor, auténtica superviviente del Hollywood dorado –sobre todo tras el deceso del otro célebre centenario, Kirk Douglas- aunque al final, el viento se la llevó, como decimos en el título, en alusión a una de sus películas más famosas.
Nacida en Japón en 1916, de padre abogado y madre actriz, una intérprete prácticamente desconocida que se había formado con el teatro de Shakespeare y que solía vigilar la dicción de sus dos hijas incluso desde niñas. Sería la hermana mayor de otra de las grandes estrellas de Hollywood –Joan Fontaine- con quien mantuvo una relación de enemistad y odio. Comenzó en el teatro universitario, participando en “Sueño de una noche de verano”, en donde le descubrió Max Reinhard, interpretando en el escenario a Hernia, personaje que repitió en el cine, cuando Reinhard y William Dieterle decidieron llevarla a la gran pantalla. Que esa película fuese producida por la Warner fue lo que marcó toda su carrera, pues en el sistema de producción del Hollywood dorado, el actor no era más que un empleado al servicio de la “major” que le contrataba de por vida. Y su mirada retraída y tímida la convirtieron en la “damita en peligro” por excelencia, llegando a encarnar los valores del star system al mismo tiempo que la encasillaban en el perfil de ese personaje: la mujer sufridora y en peligro para que el héroe de turno, casi siempre Errolt Flint, la salvase en el último momento. Aventuras marinas (El capitán Blood), imperialistas (La carga de la brigada ligera), épicas (Las aventuras de Robin Hood) o históricas (La vida privada de Elisabeht Essex), todas ellas a las órdenes de Michael Curtiz. Curiosamente, la última colaboración con Errolt Flint coincidió con la dirección de Raoul Walsh: Murieron con las botas puestas.

La Ley Havilland: La actriz que se enfrentó a Hollywood.
“La cárcel más lujosa del mundo”, con esta frase resumían los actores de los años 30 y 40 el sistema de estudios llevado a cabo por el Hollywood dorado. No sólo por la Warner, por supuesto, también la de Louis B. Mayer, Darryl Zanuck o David O Selznick, pero el caso de Olivia de Havilland fue paradigmático. La actriz llegó a odiar las ocho películas en las que trabajó junto a Errolt Flynt, no tanto porque era una intérprete seria que no soportaba las bromas pesadas que el gamberro de Flynt solía hacer tras las cámaras, sino sobre todo por la política profesional llevada a cabo por las “majors”.
El otro tipo de personajes que solía interpretar era el de la mujer que permanecía a la sombra de otra más hermosa o encarnaba a la amante a la que terminaba abandonando el marido para regresar junto a su esposa (era el Hollywood del Código Hays). Lo que sucedía en películas como “No serás un extraño” (Stanley Kramer), en “Como ella sola” (John Huston) o en “Si no amaneciera” (Mitchel Leisen), que le supuso su primera nominación a los Oscars, pero era 1941 y se tropezó con “Sospecha”, llevándose la gloria su hermana Joan Fontaine. Años más tarde, Olivia de Haviland interpretada los dos papeles, la mujer principal y la secundaria con un doble personaje de dos hermanas gemelas en “A través del espejo” (Robert Siodmak).
Sólo en una ocasión, consiguió estar cedida a otro estudio cuando David O Selznick se encaprichó por ella para interpretar a Melanie en «Lo que el viento se llevó» (Victor Fleming, 1939).

Ella solía firmar contratos de siete años, pero cuando intentó que la Warner la liberase, se le añadieron 25 semanas más, alegando que la productora quería recuperar el tiempo que la actriz habría perdido al rechazar algunos papeles. A causa de esta contrariedad, en 1943, Olivia de Havilland decidió sentar a su jefe, Jack Warner, en los tribunales. Pero ella quedaría suspendida durante los 3 años en que duró el litigio. De esta forma, De Havilland no sólo no podría trabajar en la Warner sino tampoco en las otras 77 productoras y compañías que formaban Hollywood, pues Jack Warner se preocupó de escribir a cada una de ellas para que la incluyesen en la lista negra durante ese tiempo. Olivia de Havilland no fue la única actriz agraviada por esta injusta política profesional sino también otras estrellas como James Cagney o la propia Bette Davies, cuando se negaban a trabajar con la idea de evitar convertirse en un tipo en vez de una artista. Sin embargo, Olivia de Havilland lograría sentar un precedente, con una ley que llevaría su nombre, y que permitiría a los actores norteamericanos a negociar contratos en condiciones mucho más ventajosas.

Más allá de la Warner.
Una vez que la actriz logró ganar el pleito, De Havilland continuó con su carrera con algunos de los mejores y más interesantes personajes; también fue aquella etapa en la que tuvieron sus Oscars, como fue el caso de la madre de “La vida privada de Julian Norris” con la obtuvo su primera estatuilla y “La heredera” (William Wyler), la segunda. Sin embargo, la mejor interpretación en su carrera le brindaría un drama psiquiátrico llamado “Nido de víbora” (Anatole Litkva). Entonces llegó su decadencia profesional, participando en películas menores con pequeños papeles, de todo pelaje. Curiosamente, ahora fue cuando empezó a valorar mejor sus largometrajes que filmaría para la Warner, coincidiendo con el regreso junto a algunos de sus compañeros de viaje de aquella etapa, como fue el caso de Michael Curtiz -quien le volvería a dirigir por última vez en el western –más que otoñal- crepuscular: “El rebelde orgulloso”- o Bette Davis, para ese clásico del Grand Guiñol (Canción de cuna para un cadáver, Robert Aldrich). Aún le quedaría un último homenaje, el Oscar Honorífico que recibió en 2003.