La coleccionista. Un verano en Saint Tropez.

Este año 2020 es especial por muchos motivos, porque me publicaron mi primera novela, por el centenario de uno de los más grandes (y menos conocidos) como Rohmer y por la crisis sanitaria del coronavirus. Si en el Quatrocento, Bocaccio imaginó un confinamiento para la peste en el Decameron, en el cual un grupo de amigos se entretenían contándose historias eróticas, para nuestro aislamiento también podría servir los relatos sobre la banalidad de la juventud a través de unos personajes imaginados por el cineasta francés. La coleccionista sería representativa, en este sentido, película que pone sobre el tapete las reflexiones en voz alta acerca de la sexualidad, mientras somete a sus personajes a las elecciones que surgen de los dictados morales y del azar.

Adrien es un marchante de arte que aprovechará la compra de un jarrón chino para viajar al sur de Francia. No soporta la idea de pasar el verano en Londres, tal y como deseaba su novia, y prefiere pasar sus vacaciones, en Saint Tropez, en la Riviera Francesa, donde ha alquilado  una casa, junto a un amigo, Daniel  (un artista de vanguardia) y Haydeé, “la coleccionista” del título, que vendrá para removerles su pequeño mundo y aparte para que el espectador juzgue por sí mismo. A fin de cuentas estamos ante uno de los “Cuentos Morales”. La colección que atesora la protagonista serían sus experiencias sexuales, molestando a ambos la promiscuidad de Haydeé, diez años más joven que ellos, sobre todo a Daniel que aspira a acostarse con ella, tarde o temprano. Rohmer traza a los tres personajes como polillas atraídas por la luz del deseo. Pero la película no se parece en nada a un film romántico o erótico convencional. La sexualidad lo trata como un juego de amor con sus propios subterfugios y perversidades, pero Eric Rohmer lo muestra de la misma forma que representaría el deseo que sentirá Jerome por acariciar “la rodilla de Clara”. Si uno dijese que la película centraba eso, estaría realmente equivocado, aunque de alguna manera “La rodilla de Clara” iba sobre los sentimientos de Jerome por esa parte de su anatomía.

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A priori, “La coleccionista” es un film clásico por mantenerse en el estilo de Rohmer y al mismo tiempo, atípico, porque el cineasta aún estaría buscando su propio camino, aunque definiese todo lo que sería su larga carrera. Pero si pensáis que los seis episodios que forman la serie de Cuentos Morales tratan sobre diferentes temas, cada uno de ellos, se equivocan: son las representaciones de unos triángulos amorosos, en donde un hombre comprometido tiene encuentros casuales con otra mujer.

Eric Rohmer, el veterano sucesor de Andrè Bazin en la influyente Cahiers de cinema y el último de los críticos que pasarían al cine dentro de la Nueva Ola francesa, tendría más puntos en común con Renoir que con Chabrol, Godard y compañía. Debutó con la extraña “El signo del león” y se dedicó a filmar cortometrajes, dos de ellos para su célebre sexteto “Cuentos morales”.  “La coleccionista” fue su segundo largometraje, su primer trabajo en color y la cuarta película del ciclo, aunque rodada en tercer lugar. Eric Rohmer pretendió filmar primero “Mi noche con Maud” (1969), pero el protagonista de la película –Jean Louis Trintignant- estaba atado a otro rodaje, por lo que Rohmer quiso adelantarse a la secuencia. 

Gracias a una libertad que pudo obtenerse del bajísimo presupuesto (apenas dio para el alquiler de la casa de Saint Tropez y para el cocinero, si tomamos en serio el libro “The New Wave”, de James Monaco) y de las pocas expectativas (Rohmer y el productor, el futuro cineasta Barbet Schoreder, se sorprendieron cuando la película obtuvo el Oso de Plata en Berlín).

Un estilo innovador.

Esta falta de recursos permitió ensayar una técnica de trabajo que luego sería habitual en su cine: improvisaciones y largos ensayos con los actores, y pocas tomas. Estaríamos hablando de actores no profesionales. En el cine francés recuerdo a un director que hizo de este aspecto una norma: Robert Bresson, pero sin llegar a equipararse al gran maestro, Rohmer logra sacar un partido inmenso a esta circunstancia al parecer estos actores más tranquilos y naturales que los profesionales. De hecho, sólo Patrick Bauchan era el que contaba con una mayor carrera, como compañero de viaje de la generación de la “nueva ola”, mientras que la no profesional Haydeé Politttof –“la coleccionista- tendría una trayectoria mucho más breve y sobre todo en giallos italianos. 

De esta tomó buena nota Néstor Almendros, otro recién llegado al cine. Para el camarógrafo español, sería su primer largometraje tras su colaboración con Rohmer en uno de los segmentos de aquel ómnibus colectivo que fue “París visto por…” (1965) y trabajos en pequeños cortos. Pero la escasez de recursos con los que contaría, sería al final toda una ventaja pues gracias a ello, pudo innovar logrando la extraordinaria fotografía que luce la película, sobre todo, los tonos cálidos de color (marrones, azules y naranjas)  lo que sería una novedad. Esto permitió trabajar el gran estilo fotográfico de este cameraman: la luz natural frente a la artificial, tanto en las escenas de día como en las nocturnas.

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