Cada cierto tiempo algún director busca el reconocimiento a través de algún llamativo recurso visual, siendo el plano secuencia el más deslumbrante de todos ellos. Alfonso Cuarón, con «Birdman«, y Sam Mendes («1917«) han sido los últimos en servirse de este elemento para dar continuidad a su historia, de forma compleja pero sorprendente, aunque los cineastas se hayan servido de esta herramienta desde el cine mudo. Una película convencional suele estar compuesta de miles de cortes de edición pero a veces una secuencia puede durar varios minutos e incluso una película completa. En Europa se le conoce como «plano secuencia», un nombre que resulta confuso porque no consiste en una escena resuelta en un solo plano, de ahí que los anglosajones prefieran denominarla «toma larga». Y solemos elogiarlos porque suelen desarrollar la narrativa de la película. Nos muestran un paisaje, a los personajes y la acción que sucede en pantalla, sin interrupción.
Estas tomas de seguimiento implican horas de ensayo y complejos movimientos de cámaras, de ahí que destaquen del resto de la película. Los cineastas los suelen reservar para la secuencia de apertura para introducir al espectador en la historia. Un ejemplo sería la primera toma de «Sed de mal» (Orson Welles). Unas manos manipulan una bomba y la mete en un maletero. En ese momento, una pareja sale a la calle, pasean y van hacia el coche. Desconociendo lo que sucede, alguien conduce el coche, se cruza con la pareja y se acerca a un control de frontero, donde explota.
Los planos secuencias hacen que el espectador se sienta como el personaje. En la famosa escena de Copacabana en «Goodfellas» nos mete en la piel de Karen Friedman (Lorreine Bracco) y de Henry Hill (Ray Liotta), que van atravesando el club y nosotros con ellos. Mientras que en Birdman hay una espléndida toma de seguimiento cuando Riggan Thomson (Michael Keaton) camina por la calle con Birdman mientras que contempla el futuro de su carrera. Esta larga toma nos lleva al mundo del actor y así experimentamos sus fantasías y su subconsciente con él.

En el clásico Hollywood una herramienta ideal para lograr este tipo tomas era la grúa donde situar la cámara. Max Ophuls en «El Placer» nos muestra una de las mejores tomas del cine: en plena fiesta, un hombre baila hasta el colpaso en una pirueta visual que ejemplifica la cita del director: «La vida es movimiento».
Pero fue Hithcock quien utilizó la grua para acercarse desde el plano general hasta el detalle sin romper la continuidad de la escena; una técnica de la que Spielberg tomaría muy buena nota. El magnífico plano que marca el clímax de «Joven e inocente» (1937) sería un ejemplo. Nos situamos en una fiesta, que tiene lugar en un hotel, en donde está el asesino, pero la cámara de Hicthcock arranca en el vestíbulo y avanza hasta el salón, entre la multitud bailando. Entonces, la cámara se eleva y termina en un primer plano del baterista. Este mismo truco lo repetiría en «Notorius» (1946). Una cámara se mueve a lo largo de una habitación para acabar en la llave que lleva Ingrid Bergman.

Otras veces la continuidad tiene un sentido de transición. El cineasta griego Theo Angelopulus fue uno de los máximos exponentes del plano secuencia y podría detenerme en algunos de sus inmerables ejemplos. En uno de sus títulos menos conocidos, «El cazador«, presenta un demoledor plano que rompe la ley temporal para unir dos tiempos, de esta forma, mientras un hombre camina de la playa al pueblo, se pasa de 1949 a 1963 sin ningún tipo de corte.
Las películas en plano secuencia.
Pero lo más llamativo de este recurso es cuando el cineasta pretende lograr la hazaña de filmar la película completa en continuidad, sin ningún corte aparente. Hitchcock quiso realizar esa proeza filmando «La soga» (Rope!, 1958) en un plano secuencia único, pero debido a las limitaciones técnicas de la época (los rollos no duraban más de diez minutos) se vio obligado a tomar unos cortes, aquí y allá, lo que resolvió de forma bastante imaginativa, acercando la cámara a algún fondo oscuro, como la espalda de un personaje. Así realizaría el corte y mantendría la continuidad. Es curioso que en su primera película en color, la adaptación de una obra de teatro, quiso conservar la teatralidad de la escena en el cine. El rodaje se logró gracias a que los muros de los decorados se desplazaban sobre ruedas, mientras que un grupo de operarios movían los muebles del alcance de la cámara.

Cuando se habla de una película planificada rodada en plano secuencia, de forma auténtica, esta es «El arca rusa«, la obra maestra del cineasta ruso Alexander Sokurov que recorre los 300 años de historia de Rusia sin salirse de la continuidad de la toma larga. Sokurov lo logra a lo largo de 90 minutos y con 2000 actores dispuestos en las 33 salas del Museo Hermitage, el «Arca» de la cultura de ese país. La historia es guiada tanto por una voz en off, alter ego del propio director, y un aristócrata francés, mientras que la proeza de rodar «en un suspiro» estuvo a cargo de la stedycam.
