
En “Midway” (1976), Charlton Heston y Henry Fonda encabezaron una recreación de la batalla, inflexión en la Guerra en el Pacífico, que destacó sobre todo por su revolucionario uso del sonido. La Universal Pictures aprovechó la ambientación bélica para presentar al mundo un innovador sistema de sonido, el Sensurround (el sonido envolvente), que habrían patentado y prometieron una experiencia sonora única, colocando altavoces bajo los asientos. Pero el sonido retumbante resultó tan inmersivo que hizo saltar los tornillos de los asientos y caer el yeso del techo.
Frente a la clásica, la versión de Roland Emmerich es realmente espectacular, una dosis de acción y épica como él bien sabe dosificar, pero su cine parece salido de una cacharrería, con un elefante con sobredosis, al convertir sus películas en un perfecto caos de ruidos fuertes y de un recargamiento visual representado en excesos de CGI. “Midway” no es la excepción. Emmerich nos traslada al mismo centro de la batalla, con una puesta de escena que cumple con esa función: un sinfín de efectos de motores de aviones y explosiones, aviones que se desintegran en el aire y escapes en el último segundo, pero curiosamente nos muestra una carnicería sin sangre, contentándose con alguna secuencia aislada en la que vemos algún cuerpo carbonizado.
De nuevo, sus personajes es lo de menos. Las barbillas cinceladas de Hollywood están llamadas a cumplir con su deber, armadas de unos diálogos que hacen agua y terminan hundiéndose. Todos ellos parecen moverse por la pantalla respondiendo al cliché de una película bélica del Hollywood de los años cuarenta, aunque sin el carisma de los actores que los interpretaban entonces. Siendo justos, el guión de Wes Tooke no pretende ser la principal atracción, en ningún momento, sino las artificiosas secuencias de acción.
Emmerich pretende recuperar el espíritu del cine clásico, de “Midway” (1976) –de la que toma la famosa cita: “despertar a un gigante dormido”- e incluso de “Tora, tora, tora”, dividiendo la historia entre los americanos y los japoneses. Pero todo queda en puro escaparate. Lo suyo es tomar como referencia a Michael Bay, otro hiperrealista del cine de acción. El director de “Transformers” filmó otra épica batalla contra japoneses, en la Segunda Guerra Mundial, “Pearl Harbour”, de la que toma como modelo muchas de sus decisiones, incluso las más controvertidas: La Disney eliminó del montaje final una secuencia en la que mostraba la heroicidad del afroamericano Dorie Miller. Emmerich se lo toma al pie de la letra y evita cualquier referencia a la segregación racial que tuvo la batalla.

Roland Emmerich. Destruyendo el mundo.
Hay directores que se adaptan mejor que otros a las convenciones genéricas aunque estás no correspondan al cine que suela formar parte de su trabajo. Y hay otros directores que, en su afán obsesivo de dejar su sello personal, ruedan todos los proyectos de la misma manera, solo que unos necesitan que los acelere y otros que los aceleren. Roland Emmerich estaría en este segundo grupo.
De hecho, si nos fijamos en sus películas, estaríamos ante un patriota, aunque con pasaporte alemán. Incluso cuando la historia vaya por otros derroteros, encontramos alguna referencia al país que le acogió. Un caso singular sería “Anonymus”: para mostrarnos las conjeturas sobre la autoría de las obras de Shakespeare, no duda en colocar un prólogo contemporáneo para empezar la película con un travelling alzado y picado. Una vista aérea virtuosa pero innecesaria que, sin embargo, nos dice mucho sobre el cine de Emmerich. Su sentido del espectáculo cinematográfico le hace rodar las mismas películas, una y otra vez, sobre todo si se tratan de su cine catastrofista, ya sea “Independence day”, “2012” o “El día de mañana”. Eso sí, si tiene mérito la película es intentar acercarse a la realidad histórica de la batalla. Con la mitad del presupuesto de “Dunkerke” (Christopher Nolan), Emerich monta una película de poco más de dos horas, que cubre –con un avance rápido- el ataque japonés a Pearl Harbour, la incursión de represalia de Jimmy Doolittle –que tuvo lugar cuatro meses después- y la batalla naval que pone título al film. Hay tanta intensidad que un historiador como Mark Harris, ha llegado a decir de Midway: “que cuenta con las imágenes de la batalla más crudas que las cámaras estadounidenses han podido rodar». Sin quitarle razón a sus palabras, quizás este historiador haya olvidado «Salvar al soldado Ryan» (Steven Spielberg). Teniendo en cuenta que, en su momento, hace 70 años, el propio John Ford rodó un documental de la batalla, in situ. Eso sí, demos una lanza a favor de Emmerich: se ha preocupado tanto por citar a los nombres de los personajes históricos que se olvidó de dotarles de profundidad psicológica. Todo puro cliché, como su cine.
[…] resulta muy superior a un film sobre otro conflicto bélico -estrenado recientemente-: “Midway” (Roland Emmerich), que, siendo justos, tenía en el trabajo de cámara su mayor aportación. Eso […]
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