-Dejad todos los móviles en el centro de la mesa. Mensajes, whassapp, llamadas. Lo que nos llegue lo leemos y lo escuchamos todos juntos. Como no tenemos secretos, ¿no?
Alex de la Iglesia es un director capaz de crear un estilo tan personal como de llevar ideas ajenas a su particular forma de ver el cine (y aunque muchos destaquen como rareza “Perdita Durango”, su mayor rara avis, hasta la fecha, sería esa pieza de relojería llamada “Los crímenes de Oxford”).“Perfectos desconocidos” sería otro momento único en su cine, un material tan ajeno que podríamos hablar de remake. Una perfecta cita para un grupo de siete, un brillante timming de puro humor negro, que arrancará muchas risas, algunas de ellas, congeladas, entre las butacas.
Una propuesta de lo más interesante, como punto de partida, y un reparto coral, que serían esos “perfectos desconocidos” en el cine del director bilbaíno, pues con la única excepción de Pepón Nieto, todos debutan con Alex de la Iglesia. ¿La tecnología realmente ha traído el progreso a nuestras vidas o nos devuelve a un círculo gris de soledad y aislamiento? Películas como estarían dirigidas a nosotros mismos, una generación tan unida a este tipo de tecnología que no sabemos compartir las emociones. De hecho, vivimos en un mundo tan dominado por el washapp, los selfies, el Facebook y otras redes sociales que parece que no nos damos cuenta lo superficial que es confiar nuestros secretos a este pequeño aparato, sin sospechar que esos actos no tendrían consecuencias o coquetear con ellas para que todo resulte más emocionante. Para luego, dirigirnos al asunto central: ¿Cuántas parejas se romperían si uno de los dos mirase el teléfono del otro?
Una comedia sobre malentendidos y secretos ocultos en donde comparte mesa, durante una cena, siete amigos: tres parejas y uno que aparece solo. Aunque la única ubicación sea una mesa –con algunas excepciones- el director saca un gran partido de unos intérpretes extraordinarios y de una serie de personajes –que a pesar de sus estereotipos- resultan muy reconocibles e incluso se presentan así mismos con unos complejos roles.

La película fue un encargo de Paolo Vasile, el jefe todopoderoso de Telecinco, quien quiso una versión de Perfectti sconiuti (2016). Desconozco la película de la que parte. De un rápido vistazo por Internet descubro que el film fue uno de los taquillazos del 2016 y que obtuvo dos de los más grandes Donatellos (a mejor película y mejor guión). Pero al saber que su director es Paolo Genovese podría establecer una relación con uno de sus anteriores trabajos: “Inmaduros”, como si “Perfectti sconiuti” (2016), fuese una continuación en las vidas de unos personajes similares, como si ese grupo de amigos se hubieron reencontrado, años más tarde, en una cena entre varias parejas. Ambas describían tipos humanos muy reconocibles, nada que ver con el cine de Alex de la Iglesia (con esa alma de “satánico y de Carabanchel”).
El sello del director.
Serían reconocibles dos estilos dominantes en el cine europeo. Por una parte, estaría el representado por Michael Haneke –sostenidos planos fijos, que describiesen las contradicciones de las clases acomodadas- y el de los hermanos Dardenne –la cámara en mano, representando las huidas a ninguna parte de sus desarraigados personajes-. Todo eso, tamizado por la realidad de un país “sistemáticamente deformada”, como si del esperpento de Valle-Inclán se tratase.
Es curioso como todo su cine, desde su ópera prima, “Acción mutante”, ha sido un reflejo distorsionado de nuestra comunidad de vecinos, nuestro barrio, y en definitiva, de nosotros mismos. De la Iglesia, ha buceado en nuestros vicios ocultos o en nuestra realidad más cainita, y es significativo que se trata de un remake italiano, cuando compartimos con ellos algo más que un clima mediterráneo. Si fuese un filme francés no hubiera funcionado tan bien.
Su cine es coral y claustrofóbico. Se mueve a sus anchas, entre bares y comunidades, como en un céntrico piso madrileño, demostrando, al igual que Polanski, que el proscenio es mucho más que un espacio cinematográfico. Para, finalmente, sacar los trapos sucios de una clase social a la que no nos tenía acostumbrado: ese Alex de la Iglesia (“Satánico y de Carabanchel”) da paso a un grupo de amigos, con alto poder adquisitivo –abogados, psicólogos, cirujanos plásticos- quizás con alguna excepción (el profesor en paro) de ahí que juegue con las miserias humana de una forma “diferente”, como nos lo había ofrecido.
