“Rebeca”, “Carta de una desconocida”, “Ugetsu monogatari”, “Vértigo”, “La habitación verde” e incluso “Gosth”, son sólo algunos ejemplos de cómo el cine ha sabido sacar partido de las relaciones entre vivos y muertos, haciendo diluir sus fronteras, llegando incluso a “cruzar océanos de tiempos”, por el camino. En este sentido, destaca “Jennie” (Portrait of Jennie, 1948), uno de los melodramas románticos más extraños de Hollywood, un apasionante film de William Dieterle sobre la pérdida, la memoria y el poder evocador del arte, basado en una novela de Robert Nathan.
Eben Adams (Joseph Cotten) es un pintor desilusionado que vive sin centavo, aunque un día, tras lograr vender uno de sus lienzos en una galería de arte, descubrirá a una niña juguetona (Jennifer Jones), que viste como de otra época. Jennie sería una evocación, convertida en musa, dirigida a trascender su desesperada situación de soledad y pobreza.
En los años cuarenta, habría un subgénero llamado el “cine de retratos de mujeres”, vinculadas con la muerte. Estaría dentro de esta clasificación, “Rebeca” de Hitchcock; “Laura”, de Otto Preminguer; o “La mujer del cuadro” de Fritz Lang”. E incluso podríamos trasladarla a la gran película meta-cinematográfica-pictórica, por excelencia, “Vértigo”, deudora en muchos aspectos del film que nos centra. En este sentido, Dieterle establece una difícil dualidad entre el arte y la vida, en el doloroso proceso artístico de un hombre y en la representación de una obsesión. Jennie se va a revelar como alguien misterioso e inalcanzable. La niña canta una canción que tiene un aire de misterio y de premonición: “De dónde vengo nadie sabe y a donde voy todo va”; lo único que trascendió del trabajo de Bernard Hermann, en la película.Mientras tanto, algunas ideas de la historia, como el paso del personaje de Jennie por un convento, parecen hacer un guiño a “La canción de Bernardeta”, también protagonizada por Jones y producida por Selznick.
¿Quién es Jennie realmente? ¿Una ensoñación, alguien irreal? ¿Un fantasma?
Los arreglos de una pieza de Claude Debussy, la voz en off, la puesta de escena y la elección estética de la fotografía –con un gran sentido poético- dan a la película una entidad de cuento feérico, de hadas. Lo refuerza ese prólogo tan artificioso como sería el de “La noche del cazador” (Charles Laugthon), lo único que sobrevivió del guion escrito por Ben Hetch, las imágenes nubosas de Nueva York y la voz en off que cita a Eurípides y Keats.

El blanco y negro, el color y las innovaciones técnicas.
Si uno visiona la película pronto descubre una belleza visual en cada uno de los planos, que dota a la ciudad de Nueva York de un ambiente irreal, de ensueño. A nivel técnico, sigue casi al pie de la letra mucho de los recursos cinematográficos que crearon Orson Welles y Gregg Toland para “Ciudadano Kane”, pero en vez de remarcar el expresionismo y el juego de sombras, el paisaje de la ciudad queda como una pintura impresionista. Los travellings y el claroscuro recuerdan a “Sunraise” (Murnau) -otra historia sobre una obsesión- y la imagen de la escalera de caracol, a la disposición del espacio de películas como “El gabinete Dr. Galigari” (Robert Wienne), lo que enraíza en su origen cinematográfico alemán. William Dieterle había filmado otra historia “fantástica” –“El hombre que vendió su alma” (1941), una versión americana del mito de Fausto; de hecho, el propio Dieterle habría participado en el rodaje de aquel clásico “Fausto” de Murnau.
Una curiosidad es que se sirve del Technicolor para las escenas finales, pero quizás lo más notable sea el haber mostrado parte de la puesta de escena como la superficie maleable de un lienzo (lo que se consiguió filmando a través de una gasa). La escena de la tormenta, en el Faro del fin del mundo, con un tono verdoso, fue uno de los aspectos más revolucionarios del film, que darían pie al Oscar a los efectos especiales.

De esta forma, la película parece destacar los seis encuentros entre Eben y Jennie, en las tres edades que se van sucediendo: la niña, la joven y la adulta. Con una escena que quisiera reseñar, la conversación que tiene lugar en el parque, cuando se pasa de un primer plano de ellos dos al cielo y dice ella: “Mira al cielo, se oye música”. Sería el recurso, mil veces visto en el cine y el arte, de acompañar el amor de la mirada eterna del cosmos.
Aunque no podríamos olvidarnos de las dos tramas que las complementan: la que mantiene con su amigo el taxista, que terminará en aquel lienzo sobre un líder de la independencia irlandesa, y la de Ethel Barrymore, con un magnífico juego de mirada entre ambos personajes.
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La película cuenta con un magistral estilo visual, gracias a la fotografía de ambiente irreal y poético a cargo de Joseph August, pero son los personajes, los que habitan en este mundo etéreo y los que impulsan la historia. Sería la cuarta y última vez que Jones y Cotten trabajaron juntos, y la tercera a las órdenes de Dieterle. La cuarta sería “Duelo al sol” (King Vidor).
“Jennie” se beneficia, igualmente del talento de EthelBarrymore (apellido de gran raigambre en el Hollywood clásico), con un breve personaje pero crucial para la historia; junto a una de las leyendas del cine mudo como Lilian Gish. Es curioso cómo aparecen tres niñas, futuras actrices, sin acreditar: Nancy Davies (más conocida como Nancy Reagan), Nancy Olsen y Anne Francis.
Un proyecto fracasado.
La película de William Dieterle se estrenó el día de Navidad, en Nueva York, pero fue tal su fracaso en taquilla que se quiso posponer dos años su distribución en salas. Lo cierto es que durante su rodaje se dieron varias circunstancias que la convertirían en “una de las peores experiencias que se puedan dar en una producción”, en palabrasdel propio David O Selznick, que no sólo se arruinó sino que perdió su productora que habría triunfado con películas de esta misma temática (“Rebecca”).Una vez casado con Jennifer Jones, coproducirá “El tercer hombre” (1949), también protagonizada por Joseph Cotten y se dedicará a promocionar la carrera de su segunda esposa (“Duelo al sol”).
Al bueno de August, le dio un infarto fulminante en el despacho del productor, nada más terminar de montar un travelling y VictorFlemming se plantó y le gritó: “¡Diríjalo usted mismo!”, antes de abandonar “Lo que el viento se llevó” (1939). ¿Qué pasará con los rodajes llevados a cabo por David O. Selznick que terminan siendo un infierno? De hecho, muchos empezaron a temer la gran desbandada de “Duelo al sol” (1946), otro film producido por Selznick para lucimiento de Jennifer Jones y que lo dirigía King Vidor, hasta que harto de las mil injerencias del productor, abandonó el proyecto. Fue sustituido por William Dieterle, aunque por el rodaje pasaron hasta 8 directores más.
A causa del fallecimiento, del director de fotografía Joseph August, fue sustituido por Lee Garmes (cameraman de “El caso Paradine”, de Alfred Hitchcock), película que se rodaba casi al mismo tiempo y del mismo productor. Selznick estaba constantemente insatisfecho por el guión, llegando a despedir a cuatro escritores (entre ellos Ben Hecht, que habría escrito un primer libretto), hasta que se encontró con Leonardo Bercovici, quien había preparado una nueva adaptación de la novela y contrato al prestigioso dramaturgo Paul Osborn para poner los dialogosm.Mientras tanto, importantes miembros del equipo fueron abandonando el proyecto como el caso de Bernard Herman, reemplazado por Dimitri Tomkin, después de numerosas discusiones con el productor.
David O Selznick pensaba que la película iba a convertirse en un gran hito en Hollywood y que el personaje de Jennie lanzaría al estrellato a Jennifer Jones, pero la crítica vapuleó a la película y el publicó no quiso ir a verla. No ayudó el hecho de que las innovaciones técnicas, por la que apostaron, limitaron la proyección a determinadas salas. Ni el hecho de que el único premio en los Oscars recayese en los efectos especiales y que la interpretación que destacaron los críticos fuera la de Joseph Cotten, que recibió una ovación en el festival de Venecia. Hubo elecciones “erróneas”: Selznick pensó en contratar a una jovencísima Shirley Temple para el papel de la Jennie niña, pero quiso evitar a toda costa que le quitasen protagonismo a Jennifer Jones.