Si es cierto lo que contaba Peter Birkind, sobre el mundo de Hollywood de los 70, “EasyRiders, Raging Bulls” (1998), la ama de llaves le llevaba el desayuno a Evans, todas las mañanas, con el nombre de su acompañante femenina, escrito en una nota. Robert Evans, que murió a los 89 años, y que revivió una edad de oro de la Paramont, también llevaba una vida glamurosa, llena de excesos que amenazaron con eclipsar las películas que producía y que finalmente le arruinaron.
Evans, hijo de un dentista en Harlem (Nueva York), nació como Robert J. Shapiro en 1930. Trabajaba en la compañía de su hermano, Charles, un negocio dedicada a la moda, cuando la actriz Norman Shearer le descubrió en la piscina de un hotel de Beverly Hills y presionó con éxito para que formase parte del reparto del biopic sobre Lon Chaney “El hombre de las mil caras” (1957), interpretando a su difunto marido Irving Thalberg. La película sería premonitoria, pues ante sus limitaciones como actor, decidió ponerse tras las cámaras como productor, pero recordemos otra anécdota de sus tiempos como intérprete. Ese mismo año participó en “Fiesta” (“The sun always rises”), la adaptación de un texto de Hemminguey, como el torero Pedro Romero, y durante el rodaje, todo el reparto se plantó (todas ellas leyendas del Holllywood clásico: Errolt Flint, Ava Gadner o Mel Ferrer, entre otros) y pidió al productor –Darryl Zanuck, otra de esas leyendas del cine- que lo despidiese. El productor zanjó de forma clara la discusión: “The kid stay in this pictures”. Que alguien tan grande como Zanuck le apoyase a alguien como él, ante otras leyendas del Hollywood que el propio Evans amaba, le marcó tanto que puso la cita como título de su autobiografía, escrita en 1996. Estaba claro que a “Bob” no le iban a ponerle las cosas fáciles, pero este hombre hecho así mismo, no se iba a amilanar y ya en 1966 era el jefe de producción de la Paramont.
Les prometió a ambos una nominación a los Oscars o un coche de lujo.
Por el camino tuvo que vender sus participaciones que tenía en la compañía Revlon y con ese dinero fue pagando sus primeras películas. De esta forma, produjo grandes éxitos como “Chinatown” y “La semilla del diablo”, apostando por Roman Polanski, que habría sufrido el caso de la “familia” Mason, y que nadie parecía querer nada con él; el thriller “Maraton Man” o el melodrama romántico “Love Story” (Arthur Hiller), de la que salió su segunda esposa: Ali McGraw. A parte los dos primeros “Padrinos” (FF Coppola) serían otros de sus grandes éxitos.
Robert Evans en su despacho en Beberly Hills, en 1974, en una entrevista sobre la película “Chinatown”.
Pero no todo fueron caminos de rosas, ni todo le salió bien. Tuvo grandes fracasos como “Popeye” (Robert Altman”) o “Cotton Club” (FF Coppola). Una idea de la película surgió de un suceso del propio Evans: fue detenido durante una compra de cocaína, mientras que la película le llevó de las páginas del cine a las del crimen. Al productor se le llegó a vincular con la mafia y lo cierto es que tuvo una estrecha amistad con el “limpiador” de Hollywood, Sidney Korshack. Esto viene a cuento, porque se convirtió en sospechoso de la muerte de Ray Radin, su socio en el costoso fracaso de “Cotton Club”.
En medio de la montaña rusa que fue su vida, Ali McGraw le dejó por su compañero de reparto en “La huida”, Steve McQueen, lo que dio para una conversación muy sugerente con el entonces Secretario de Estado Henry Kissinger: “He conseguido ponerme de acuerdo con los vietnamitas, podría hablar con ella”, “Henry, si una mujer dice que no, es que es no”. Entre sus crisis sentimentales y sus drogodependencias, quedaron los años 80 en blanco para Evans y cuando reapareció en Hollywood, en los 90, volvió con algunos títulos emblemáticos, pero ya su leyenda sobre su personalidad superaba con creces su vida real. Hasta el punto que Evans cedió su imagen a un amigo de toda la vida, Dustin Hoffman para que el actor recrease una sátira sobre su vida en “Cortina de humo” (“Wag the dog”, 1997), con el que obtuvo un Oscar.