Noventa años dan para hacer balance de lo que fue la Gran Depresión y cómo el cine la había retratado en la gran pantalla, teniendo en cuenta que hemos ido sufriendo otras crisis por el camino y en muchas ocasiones se ha querido dirigir una mirada nostálgica a aquella época, cada vez que el fantasma del paro y de la pobreza quedaba al descubierto.
Incluso cuando la economía llegó a tocar fondo en 1929 y afectó a millones de personas, provocando desempleo masivo y hasta suicidios, entre 60 y 80 millones de estadounidenses iban una vez por semana a las salas, haciendo posible una edad de oro en Hollywood. La llegada del cine sonoro ayudó en este sentido y es verdad que hubo un cinismo arenoso que coincidió con la tristeza de los tiempos. Se dieron espectáculos deslumbrantes, desde los elaborados escenarios del coreógrafo Busby Berkerley hasta las películas de FredAstair o las lujosas representaciones de corte fantástico como “King Kong” o “El Mago de Oz”, pero la verdad es que el cine de aquella época tomó la realidad como inspiración, e incluso pusieron rostros a la Gran Depresión. Habría algunas cargadas de simbolismos, como “Los tres cerditos”, de Walt Disney, en donde el lobo representaba la crisis que lo devoraba todo y los cerditos, los ciudadanos dispuestos a todo por sobrevivir. Pero pronto, la Warner o la Columbia empezaron a producir historias cuyos guiones parecían salidos directamente de la prensa.
Ya en los albores del séptimo arte, uno del los villanos más sofisticados, el Dr. Mabuse en Dr. Mabuse (El jugador), de Fritz Lang, desestabilizaba el sistema a través de la economía. Primero fabricaba moneda falsa para ponerla en circulación y luego manipulaba la bolsa con un ejercicio absolutamente premonitorio. El expresionista Mabuse presagiaba el Crack de la Gran Depresión, fenómeno que hizo correr litros de tinta y metros de rollos de celuloide. El famoso “Jueves Negro”supuso la caída de un sistema económico que tenía en Wall Street su sede financiera; el demócrata Rooswelt y su New Deal intentaron levantar el sistema del derrumbe, teniendo en Frank Capra su principal referente cinematográfico.
En “La locura del dólar”, más sugerente su título original, “American madness”, encontramos una parábola que no ha perdido vigencia. ¿Qué ocurre cuando se pierde la confianza? ¿Y cuando el banco se enfrenta a una alarmante pérdida de liquidez? El propio Capra en Viva como pueda, nos proponía la figura del banquero consciente de su propia relevancia social. En realidad, no se trataba, de cuestionar el modelo de libremercado, sino de reflexionar con el sentido moralista de la época. Eran fábulas o cuentos morales, apoyados en el maniqueísmo, para reflejar cómo el ciudadano medio podía sobrevivir a la Depresión, defendiéndose de la ambición de los hombres de negocio y su corrupción, gracias a la obstinación y a la ayuda de los amigos. Así sucedía en este clásico, en “Vive como puedas”, “Qué bello es vivir” o en “Juan Nadie”.
Si en el mundo urbano, destacaba Frank Capra, la Gran Depresión en el mundo rural había sido tema para una diversidad de cineastas. El gran John Ford había adapatado una novela de J. Steimbeck para acercarnos al drama de la crisis entre campesinos. Muchas familias que habían perdido sus tierras salian hacia el oeste para encontrar en la recolección de la uva su medio de vida. En este sentido la familila Joad, de “Las uvas de la ira”, es arquetípica. Con Henry Fonda y Jane Dawell (Ma Joad) a la cabeza, emprenden el éxodo desde Oklahoma a California, en una odisea hacia la “tierra prometida”.
– Pero nosotros estamos vivos, y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni aplastarnos; saldremos adelante, porque somos la gente.
Al final Henry Fonda descubría la crudeza de la realidad; nada más poner los pies en California, el sueño se hace trizas.
A Ford tampoco le caían simpáticos los banqueros, siempre solía aparecer en sus películas como uno de sus villanos peculiares, pero su mejor retrato lo consiguió en “La diligencia”, en donde reflejaba parte del eterno debate, propio del libremercado, sobre la intervención del Estado en la economía.
– América para los americanos, el gobierno no debe involucrarse en los negocios, ni reducir impuestos: la deuda nacional es algo más que sentir el calor de la gentuza. Lo que necesita el país es un hombre de negocios como presidente.
– Lo que necesita el país es más cogorzas.
Han pasado noventa años de la Gran Depresión y otras crisis han venido a demostrar el ciclo constante de la Historia. Lo cierto es que muchas veces se ha recurrido a ese época para explicar los nuevos tiempos. Hubo, en este sentido, memorables melodramas de un romanticismo desaforado, con la Gran Depresión como telón de fondo, como Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961). Para confirmar que en la esquizofrenia perpetua en la que vivimos, existen dos realidades paralelas cada vez que nos enfrentamos a una nueva crisis. Con el discurso oficial y otro sometido a censura, como refleja otro clásico por derecho. Porque como sabrá más de uno, no hay mejor forma de llegar al ciudadano que a través de las miserias cotidianas. En “El político”, Robert Rossem nos presenta a un gobernador que quería ganarse el voto de los desheredados en el momento de mayor miseria del país. Es decir, la radiografía de un político que hace campaña de las necesidades: “ Tú, ese de allí, mírate los bolsillos. Tienes agujeros en las rodillas. Escúchate el estómago, ¿no está protestando de hambre”.