-¡Os prometo que en esta expedición de conquista y poblamiento, llenaremos nuestras manos con el oro del Dorado!
Vigésimo primer largometraje de un juego de la oca en que se había convertido la filmografía de Saura, al reinventarse en cada nuevo trabajo, “El Dorado” (1987) era una película de dos horas y treinta y siete minutos sobre la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre, un traidor confeso y personaje que Coppola utilizó como inspiración para el Coronel Kurz (Marlon Brandon) en “Apocalipsys Now” (1970).
Carlos Saura venía de triunfar con “El amor brujo” (1986), ganadora de dos Goyas, una especie de fin de ciclo como el broche final de su trilogía sobre el flamenco. Es decir, estaría en una etapa dulce de su carrera, cuando se enfrentó a su más ambicioso, caro y quizás mayor fracaso cinematográfico. La película pretendía recrear un episodio de nuestra historia con todos los elementos sobradamente jugosos, junto a un presupuesto y un talento necesario para triunfar, pero nuestra realidad “cainita” demostraría de nuevo lo difícil de ser “profeta en su tierra”.
El mito del Dorado surgió en 1534, cuando un indio le contó al capitán español Luis de Deza sobre una ciudad fabulosa en plena Colombia. El oro despertó la ambición de muchos conquistadores, entre ellos, Sebastián de Benalcázar –quien habría pertenecido a la expedición de Pizarro que descubrió y fundó Quitó en el Perú-; Lope de Aguirre o Pedro de Ursúa. Para el argumento se dejó influir por una novela de Ramón J. Sender “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre”, con una gran documentación histórica por parte del director, aunque no hiciese una versión fidedigna de los hechos sino una recreación propia. Pero este personaje fue un lugar común en la literatura, desde Pío Baroja (Zalacaín el Aventurero) a Valle-Inclán (Tirano Banderas).
El Dorado vs Aguirre, la cólera de Dios.
Hay que tener en cuenta que si en la apariencia de superproducción de época, se alejaba de los parámetros del cine que solía hacer Carlos Saura, en el fondo, la película era muy personal. Una idea de esa España cainita, en la línea de films suyos anteriores, como “La caza”. De hecho este es uno de los detalles que le alejaban de la incursión, también muy personal, que Werner Herzog había rodado, sobre esta misma historia, en 1972, “Aguirre, la cólera de Dios”; una rareza si la comparamos con otras películas ambientadas en la conquista española de América, ya sean de producción americana como “Captain from Castile” (Henry King, 1947) o española, como “La araucana, la conquista de Chile” (Julio Coll, 1971).

El film de Herzog se relacionaba con sus personajes, tan característicos, que soñaban con prosperar en una tierra tan virgen como fértil, en donde la naturaleza cobre protagonismo y refleje los ambientes asfixiantes como volvería a hacer en “Fitcarraldo”. Otra gran diferencia entre ambas películas fue el final. Si el film de Saura concluía con unas imágenes del grupo superviviente, apiñado en un barco, en su particular huida hacia ninguna parte; Herzog presentaba como desenlace, a un Lope de Aguirre, como único superviviente, caminando por una balsa rodado de monos, una secuencia que recuerda a una imagen de Drácula, en un barco, rodeado de ratas, de “Nosferatu, vampiro de la noche”.

“El Dorado” contaba con un reparto internacional, encabezado por Omero Antonutti («El sur», El maestro de esgrima), quien interpretaba a Lope de Aguirre, el papel que encarnó Klaus Kinski en la película de Werner Herzog. Eso sí, ambos representaban dos aspectos distintos de un mismo personaje. Si el alemán encarnaba la enajenación y la fatalidad propia de los personajes herzogianos, Omero Antonutti quiso reflejar la ambigüedad del hombre honesto corrompido por una ambición excesiva, capaz de liquidar a cualquiera que se enfrentase a él.
-He prometido salvarle una vez la vida, no dos. Matadlo.
Junto a él, encontramos a otros intérpretes del ámbito internacional como Lambert Wilson (el Merovingio de “Matrix”, “De dioses y hombres”), encarnando a Pedro de Ursúa, y a un reparto de actores españoles muy conocidos como Eusebio Poncela, Pepe Sancho, Paco Algora o Inés Sastre, quién debutaba en el cine –con la edad de 14 años- para interpretar a la hija de Lope de Aguirre.

Un resultado agridulce.
El cineasta español y gran parte de su equipo técnico y artístico se habían trasladado al otro lado del Atlántico para rodar en Costa Rica, con la idea de ganar en autenticidad, en la selva de Mohín. De hecho, se trataba de la primera superproducción internacional que se rodaría en ese país y el propio presidente estuvo presente en el primer día de rodaje. Pero los problemas no se hicieron esperar, porque era muy difícil trasladar por la selva a los 300 figurantes, cargados con armaduras y demás atrezo propio de una película histórica, en un lugar que solía estar lloviendo siempre.
Pero el mayor inconveniente que encontró el film, es que se trataba de la producción española con mayor presupuesto hasta el momento, -nunca antes se habría superado los mil millones- aunque sea uno de los mayores descalabros de la historia de nuestro cine. El fracaso en taquilla no hizo justicia a la brillantez de la película, aunque tampoco fue bien acogida en la gala de los Goyas, llegando con hasta 11 nominaciones, de las que no obtuvo ni una sola estatuilla.
Una emocionante historia de aventuras históricas, -rareza dentro de la filmografía heterogénea de su director, Carlos Saura-, en donde las intrigas y traiciones marcaron una de las grandes gestas históricas, la que mantuvo Lope de Aguirre en el siglo XVI, en busca del legendario reino de El Dorado. Un relato épico que quedaría como un ejemplo de nuestra leyenda negra y de la infamia, pero también de cómo la ambición desmedida y el poder excesivo, podrían crear un ambiente asfixiante y de locura.
